lunes, 27 de julio de 2020

Viejos palomares de antaño (I)

Tengo una debilidad más que notable por las palomas y los palomares. Desde pequeño he admirado a las palomas, fueran del dueño que fueran y fueran de la raza que fueran. Yo tuve un palomar con palomas. Llegaron a formar un bando considerable. Quizás rozaran la veintena. Las había de casi todas las razas y tamaños. Esa cualidad de regresar siempre a su palomar, al lugar donde nacieron, siempre me fascinó y me vinculaba de algún modo. Verlas ir y venir significaba algo más que un pasatiempo. El cielo además hacía de tapiz, de telón de fondo sobre el que quedaban plasmadas sus siluetas. Esa visión tan repetida termina por incrustarse en tu cerebro a modo de troquel. Lo imagino como un vicio o manía que indeleblemente jamás se abandona del todo. 
Pocos son los palomares que quedan, al menos en todos estos pueblos que forman nuestra geografía más próxima. Los caseros más avisados optan por confinarlas en sus buhardillas o "sobrados" por temor a las rapaces e incluso a los cazadores que tienen en los pichones un objetivo muy suculento a la vez que fácil. Otros, en cambio, desconfían de los peligros que acechan a nuestras palomas, las dejan sueltas y entonces no es difícil escudriñar la situación aproximada de sus palomares entre el dédalo de callejas o entre el abigarrado conjunto de tejados que conforman cada núcleo.Si nos detenemos y el ladrido de un perro o el casual llanto de un niño no nos interfieren, muy pronto nos percataremos del arrullo que entre la penumbra de algún palomar emite un palomo desde su nidal. Al aproximarnos,huyen del tejado batiendo las alas, demostrando una bravura que nos deja boquiabiertos. Esta desconfianza es lógica y explica un instinto de innata supervivencia;solo demuestran su mansedumbre hacia aquellos que las cuidan,mantienen y conocen.De no ser así, no nos explicaríamos esa fidelidad tan arraigada en ellas que explica lo que os decía más arriba. 

Este es el caso de un palomar en Guereña,Álava,instalado en una casa de labranza muy antigua. Luce un curioso y anciano blasón en su fachada cuyo origen desconocen sus moradores. Hablé hace ya unos meses con su dueño, un hombre ya mayor y muy curtido debido seguramente a la penosa y ardua laboriosidad que impone el campo.Demostraba un cariño hacia las palomas como pocos o como casi nadie.En verano los bandos buscan por su cuenta y riesgo todo tipo granos y semillas silvestres,además de caracolillos y otros insectos.El frío del invierno no las amilana porque salen también al encuentro de los granos aún desperdigados o los brotes tiernos incipientes. 

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