sábado, 19 de marzo de 2016

Afanes

Son ya varias y numerosas las excursiones (¿o incursiones?) que he venido realizando desde hace algo más de dos años, quizás no tanto. He contado con el apoyo de algunas publicaciones que esporádicamente editan algunas editoriales locales.Son mayormente guías de montaña que han sido una suerte de lazarillos en más de un momento en mis ocasionales visitas a los montes  de mi provincia.Una vez más los libros. Me persiguen más allá de esas bibliotecas y librerías que suelo visitar con alguna frecuencia. De este modo, sin quererlo, se yuxtaponen en un encuentro casual mis aficiones más destacadas: libros y Naturaleza.Y es que los libros más allá de servirnos como libros de cabecera o manuales de consulta que nos sacan del atolladero de la duda o de la ignorancia nos sirven para más cosas. Para ello, en una suerte de apadrinamiento "ad hoc" debemos dejarnos llevar por ellos y así nos llevan de la mano del mismo modo que nuestros padres nos conducían agarrados de sus manos cuando eramos niños; los libros son estos tutores de papel que nos llevan también de la mano y nos conducen por el sendero, siempre sembrado de dudas e incertidumbres, de risas y lágrimas, de alegrías y asperezas que representa la vida.Un libro es también una especie de bitácora que nos imanta y entonces, desconocedores de todo lo que es alrededor, nos arroja y precipita al mundo, como los protagonistas de una novela en busca de su autor (Pirandello) o al menos, de un espectador que nos consuele o nos escuche a ratos.

Creo que la geografía también se aprende pateándola,pisándola. Uno, mientras camina, es sublimado por el paisaje, por ese mosaico lejano,distante y siempre epilogal que constituye un retrato, el que sea, de nuestro país.Si fuera político, si yo ocupara un escaño en el Congreso pediría un ministerio dedicado enteramente al paisaje, a la geografía natural, al espejo nuestro. Porque el paisaje es una  voz inaudible pero que habla, que medita, que alienta, que posibilita que el ciudadano contemple, medite, converse de algún modo consigo mismo. El paisaje vuelca sobre nosotros sus objetos, no solo naturales, sin también humanos y culturales y constituyen un código, un mensaje, una evocadora reminiscencia de lo que somos y una prometedora proyección de lo que seremos.

Si salís al monte, olvidaros de las cimas.Las cimas son únicamente la confirmación plausible de que acertasteis en el itinerario y una cierta validación de vuestras capacidades orientadoras. Las cimas son la culminación de un esfuerzo únicamente dirigido a culminar exitosamente vuestro paseo convertido en una especie de conquista dislocada y distraída del entorno, algo que la sume en una expedición llena de artificios.Si además una vez en lo más alto, añadís una fotografía que atestigue vuestro éxito y corrobore de paso vuestras capacidades orientativas para seguidamente compartirla con vuestros amigos que desde los somnolientos sofás de sus hogares o desde las relumbrosas terrazas de las plazas os observan y os congratulan, el esfuerzo quizá haya valido la pena.Pero el camino que nos lleva a la meta es una sucesión de conquistas que la curiosidad desbroza, traduce subjetivamente e interpreta de mil modos de manera que cualquiera de ellas es válida y acertada para cada uno de nosotros.Esta es la verdadera e inequívoca conquista nuestra y específicamente humana además.Y entonces la cima no será más que un triste y fastidioso final a tantas enseñanzas que la Naturaleza nos revela.