domingo, 1 de julio de 2018

Por el barranco de Urrola

La mañana amaneció con viento en Vitoria.A ratos se dejaba ver el sol entretelado entre nubes que iban a más a medida que fue progresando el día.Cuando llegué a Okina el cielo estaba prácticamente cubierto aunque el sol aún reverberaba como digo en las aguas del río Ayuda en su descenso por el cañón de Sáseta.   Obviando los desvíos a los barrancos de Lezerana y Ziliquiturri después, llegué hasta el molino de este pueblo alavés, casi en la raya con el Condado de Treviño. Allí me detuve un rato e imaginé cómo pudo desenvolverse la vida diaria de estos pueblos décadas atrás, incluso siglos. La cotidaneidad de los trabajos guiados por el transcurso de las estaciones, marcadas a su vez por los compases de la Naturaleza en su devenir,me dieron unas pistas sobre las que construí después un relato imaginario que bien pudiera aproximarse a la realidad.El paisaje y los mueblajes humanos que lo integran son el escenario o el atrezo al que únicamente le faltan sus personajes pero que bien los podemos rehabilitar y emplazarlos nuevamente representando una escena cualquiera de sus vidas pasadas. Seguí más adelante, y llegado a un discreto puente de madera que vadea el curso del río, giré a la izquierda siguiendo el curso de otro arroyo tributario: el Arangacha. Aquí se abre pues otro curioso barranco, el del Urrola,más prieto y sombrío que el del Ayuda,cuyo cauce será la guía que me llevaría hasta su cabecera prácticamente.Por sus márgenes pude ver un elenco de especies forestales muy interesante,entre los que destacaría los grandes tejos que a trechos se erigen entre hayas y robles.Muchos de ellos fueran centenarios seguramente.
Salí del arroyo y de la magnánima presencia de los tejos y busqué el paraje de "Los Aguaduchos", muy cerca del límite territorial.Para ello busqué antes la cabecera del Urrola y lo vadeé por donde pude.Unos metros más arriba, entre los mugidos de las vacas que descansaban entre el boscaje, el hayedo comenzaba a ser la nota dominante.Entre claros, allí donde el bosque se deshacía, árboles dispersos de anchas copas cobijaban a los helechos.Estaba ya cerca del paraje conocido de "Haya Alta" desde donde se puede vislumbrar una gran parte del condado y los agudos perfiles pétreos de Cantabria y Toloño.

A caballo entre los barrancos de Urrola al sur y Ziliquiturri al norte, seguía el cordal hasta toparme de bruces con un camino que sube desde Sáseta, coincidente con una barrera metálica que si la franqueara, me llevara  de rondón a la cima de Capilduy. Rehusé franquearla porque este monte no figuraba aquella mañana en mi propósito del día.Así que giré a la izquierda y me dirigí hacía la discretísima cima de Buchisolo, coronada por un buzón montañero colocado por el club de montaña "Bardulia",un sencillo "casetín" de cinc cuyos reflejos proporcionados por los rayos del sol puede ser un buen reclamo para encontrarlo entre la tupida maraña de espinos y brezos.
Tras alcanzar la cima, comencé el descenso hasta el pueblo nuevamente.Busqué la embocadura al barranco de Ziliquiturri/Zilikiturri conocido como "El Bocarón", una especie de fauce por la que a su través uno se encuentra casi ,como de milagro,en un espléndido hayal sostenido por luengos fustes de hayas que sostienen cúpulas verdes yuxtapuestas que todo lo cubren. Regocijado, acogido por estos árboles tan selváticos como fenomenales, busqué el arroyo del que no me separé hasta la meta en la fuente del pueblo de Oquina. A mi paso, casi llegando al pueblo, una estela con una cruz grabada que nos recuerda un terrible accidente mortal, un funesto acontecimiento que se saldó con la muerte de un pastor por la mano de otro.Los cantiles que dan forma  al acantilado van tomando relevancia a medida que descendemos y la desigual altitud que se origina les dota aún de mayor significación y relieve a medida que a nosotros nos empequeñece.Entonces la dureza berroqueña de los paredones se traspone al manierismo siempreverde, elástico y risueño de los bosques.
Llego al pueblo, he dejado atrás los riscos de Chaburo que me llevarían a la Peña del Silo en cuyas profundidades pueda que duerma vestida aún aquella mujer cuyas sortijas aparecieron un día en la fuente de Okina. No pude resistirme después a visitar su iglesia.Aunque cerrada a cal y canto, pude admirar la bella y  recoleta portada románica.El arco ligeramente apuntado me indica que quizás se trate de un románico tardío.Motivos de caza,algún grifo y una bella dama con barbuquejo en los capiteles.


El río Ayuda

Cauce rocoso del río Arangatxa.
Los umbrosos tejos dan paso a encinas y quejigos en las aristas de los barrancos.



La rusticidad de los robles quejigos es sorprendente. 

Cerca ya del camino que me llevaría hacia Butxisolo.

Buzón cimero instalado por el Club de Montaña Bardulia.

Una bonita encina cerca del barranco de Ziliquiturri. 

Hayedo de "El Bocarón"

Arroyo de Ziliquiturri.

Estela que recuerda aquel funesto episodio junto al camino.

Flora ripícola.

Txaburo

Motivos de la portada de la Asunción de Nuestra Señora en Okina.

sábado, 31 de marzo de 2018

A caballo entre Badaya y Arrato

Me ha dado la gana de dedicar un par de sábados a este bello espacio natural alavés.Hay que pensar que todo es producto de su especial ubicación dentro de la geografía del territorio y de sus especiales características en cuánto a su litología y climatología.La ecuación resultante es un bello espacio natural dominado por el carrascal y todo ese elenco particular y muy ligado a él como son los enebros y los madroños.La piedra está a flor de piel y ello da lugar a espacios desnudos, casi lunares, desprovistos, imposibles para la flora.En conjunto, la hegemonía es del encinar pero en algunos lugares existen espacios reservados al pinar de Pino Silvestre, localizados en umbrías y en los fondos de los sucesivos barrancos que salpican este genuino e intrincado laberinto orográfico. Valles hondos pero accesibles como el de Oca o el de Zarandona son vigilados por los vértices de Unda y Armikelo como enormes proas pétreas.Es un espacio además casi de transición, de comunicación entre la fértil y agraria llanada alavesa y ese otro valle alavés de mayor vocación oceánica y minifundista como es el de Zuia.
Desde el Mojón de Arrato pero sobre todo desde la cumbre de Armikelo,se pueden contemplar algunos de sus pueblos como Domaiquia, Murguía o Vitoriano.
No pude pasar por el alto tampoco sus pueblos, una orla de pueblos satélites en torno a esta sierra única en el contexto alavés, puesto que es la única que se dispone de norte a sur.Todas las demás se disponen transversalmente.

FOTOGRAFÍAS

Primera.-Como podéis observar, los paisajes son de una enorme belleza y originalidad. En el invierno, mientras gran parte de los bosques de la cordillera cantábrica están desprovistos de hoja, los encinares representan los únicos espacios de bosques de hoja perenne, por lo que salvan esa habitual discontinuidad entre estaciones que establecen bosques típicamente caducifolios.Encinas,madroños y labiérnagos parecían agolparse para salir en la foto.





Segunda.-Cuando visité este lugar, durante el mes de marzo, ocurrentes borrascas azotaron una y otra vez la provincia. Salía el sol pero pronto volvía a ocultarse entre las nubes.En mis ascensiones, no desprovistas de improvisación, pude disfrutar de maravillosas escenas.Pero, como os digo,la lluvia y las nubes lo aguaban todo rápidamente.Los regatos afloraban por todas partes,las laderas de roca eran toboganes de agua que se apropiaban de los senderos, anegándolos súbitamente durante unas pocas horas.
Pequeños corros de nieve aún permanecía unos días después, incluso en los días soleados.Pero como os digo, las nubes entreveraban el cielo, ocultaban el sol y el frío se aliaba nuevamente con el paisaje.


 
Tercera.-Los madroños son protagonistas inexcusables.Van a remolque de las encinas.Nunca dudan en medrar allí donde las encinas les dejen.Una tala o un incendio son rápidamente aprovechadas por estos maravillosos pajes de relevante valor ecológico.




Cuarta.- Grandes encinas se puede observar todavía.Son fósiles de épocas pasadas, testigos de otras culturas no excesivamente antiguas.Ellas han visto pasar junto a ellas una cultura ya desaparecida.Carros, bueyes y leñadores aprovechaban la madera que les daban estos montes comunales como recursos necesarios para su subsistencia.




Quinta.- Un ambiente gris que combinaba bien con el terreno casi exclusivamente calizo de las peñas.Se perfila toda la sierra que remata el Mojón de Arrato. Al otro lado, las peñas de Oro ya en el fronterizo valle de Zuya.



En ocasiones el paisaje transmitía un sentimiento de desazón.Las piedras sueltas y como arrumbadas por una enorme catástrofe natural acontecida miles de años atrás.Un árbol arrancado de cuajo y una cabra acentúan un punto de desolación y soledad. Se observan las cuantiosas hozaduras de los jabalíes que por estos lugares campean a sus anchas.


Sexta.- Uno de los momentos más emocionantes fue cuando a mi derecha se descorría este impresionante panorama a medida que recorría el cordal que me llevara a Armikelo. Líneas de vegetación perfilaban la sierra condicionadas por transversales afloramientos rocosos. La Llanera era el contrapunto al vértice occidental del Arrato.
Más tarde pude comprobar que una familia de cabras con pequeño cabritillo vivían allí solas en los cantiles,en la más cruda intemperie.


Séptima.- Cuando llegué a la cima de Unda, tras recorrer un estrecho y umbrío valle,el de Las Loberas, el bosque daba lugar a laderas desnudas, muy venteadas y expuestas a los rigores del clima.Pegadas al terreno con una contumacia férrea, las carrascas lograban hacerse paso a duras penas allí donde otras especies no les es posible sobrevivir debido a esa hostilidad tan manifiesta.





Última.- Un lejano adiós.Un cercano recuerdo.



sábado, 6 de enero de 2018

Por los derroteros de Legaire

Han pasado ya unos días,-casi una semana-,de una salida que me llevó hasta los montes parzoneros de Encía,más concretamente a Legaire y todos esos montes que circundan este altiplano. Ahora manan,como las fuentes y regatas de aquellos preciosos parajes,recuerdos muy evocativos que envuelven aquella excursión tan vívida aún, como digo, puesto que me llevó o me deparó un buen susto dado que llegué a extraviarme en pleno bosque. Salí del coche y tras calzarme las botas,echarme la mochila a la espalda y enristrar la cámara de fotos, tomé un camino a la derecha, jalonado por un pinar de pinos laricios entreverados con algún que otro pino silvestre. Pronto, como casi siempre sucede, me anegaron las dudas porque el camino que me llevaría a la fuente de Iturbaz se aventuraba difícil dado el terreno tan agreste, salvaje, y que se me antojaba además hostil y realmente inhóspito.Pronto advertí las consejas de quién parecía un experto por soberano montañero y que no debí subestimar."Si quieres te acompaño hasta la fuente de Iturbaz. Es fácil perderte si no conoces bien este lugar porque apenas hay un camino señalizado". Era verdaderamente cierto todo aquello. Miré hacia atrás.No había nadie alrededor.Todo era un silencio grande, apenas rasgado sutilmente por los graznidos de dos o tres chovas meteóricas que cruzaban el cielo parcialmente anubarrado y que dejaba entrever escasos rayos de sol. Pronto apareció una persona que paseaba dos enormes perros y se ofreció a llevarme hasta la fuente de Iturbaz. A la vera de unos tubos, llegamos a la fuente.El agua brotaba y fluía en cantidad y llegaba a luz desde las entrañas fría y límpida, sumándose a una regata que desembocaría más tarde en la laguna del mismo nombre. Me despedí de este paseante y retomé el camino que me había indicado hasta la cima del Bayo. Pero al poco, un camino viraba a la derecha,lo que me indujo a pensar que debía obedecerlo. Tras un breve e intenso tramo ascendente que me iban indicando varios círculos dibujados en los fustes de las hayas, llegué a un buzón por el que supe que me hallaba en la cima de Lazkueta. Reconfortado de algún modo aunque algo desconcertado, pensé que tomar el camino de vuelta no iba a ser fácil puesto que el regreso apenas estaba señalizado. Decidí continuar la marcha.Estaba en un terreno absolutamente desconocido.Era como adentrarme en un lago profundo.Ya mis pies no tocaban fondo.Pronto reaparecieron aquellos círculos rojos y decidí seguirlos.Aquello no disipaba las dudas porque no sabía adónde me dirigían.Eran solamente la única certeza de un rastro inequívocamente humano y por tanto, llevado por el instinto, las seguí a ojos tapados. Tras una media hora larga de travesía volví a perder las señales.El terreno se antojaba más abrupto por lo pedregoso.Ya en un entorno cárstico,el musgo envolvía las rocas pareciéndose a las rocas varadas en las bahías salobres de las desembocaduras de los ríos que van a dar al mar. Retomé las señales nuevamente.El camino era tortuoso, laberíntico y resultaba lacerante, como si alguien estuviera riéndose de mi destino, como si una cinta transportadora se deslizara bajo mis pies y los hiciera inviables a mi voluntad.Llegué a un camino muy marcado.Pasos y huellas sobre trechos nevados y copados por la nieve ya convertida en un hielo duro pero resbaladizo. Finalmente, salí a campo traviesa dejando atrás los tornasoles de la nieve, los claroscuros del bosque y de mi travesía tan funesta. Estaba, sin yo saberlo, en las rasas de Legaire. Olvido comentaros que en el transcurso de aquella travesía fue cuando decidí echar mano del móvil, rendido ante la evidencia de mi extravío que tomaba ya fuerza real y había dejado de ser un simple esbozo apenas abandonada la cima de Lazkueta. Pero allí el móvil era un simple juguete porque la ausencia total de cobertura era una realidad que la tornaba, ahora ya sin un posible socorro, ciertamente dramática.Barajé varias direcciones a falta de una brújula que me hubiera servido de una gran ayuda. De repente, ví a una deportista practicando trekking acompañada por un perro.Le grité y me oyó a pesar de la distancia.Lo primero que hizo fue atar el perro porque, como me aseguró después, temía que albergara alguna especie de miedo atávico hacia ellos. Le expliqué de donde venía y adonde quería dirigirme.La cruz de Mirutegui estaba frente a nosotros, apenas divisable en la distancia. Me reconfortó mucho este encuentro y calmó mi miedo y la ansiedad acumulada.Vadeé el arroyo de Legaire y sin más preámbulos, emprendí mi particular "larga marcha" hacia la cruz de Mirutegui, erigida allá a lo lejos y transformada en el final de mi odisea. Una vez allí arriba, tras pasar junto a túmulos y dólmenes de antiquísimos grupos humanos que dejaron allí sus vestigios casi prehistóricos y rebasado el portillo de Atau, los afilados picos de las sierra de Aratz y Aizkorri escenificaban enormes y gigantescos paredones nevados en sus partes más altas y arriscadas. Luego, sin tiempo que perder, alcancé la subsiguiente cima, Bayo, siguiendo un ge erre del que no me separaría hasta llegar al punto de destino. Siguiendo este sendero y recorriendo el cordal, descendí después el puerto de Vicuña, al que se unía un camino que ascendía desde el pueblo de San Millán. Al pie de los cantiles, llegué a Peñarroja, y tras pasar varios portillos e hitos, descendí nuevamente a las campas de Legaire. 
Os debo decir que es un paraje precioso que merece la pena visitarse y respetarse. 

Ahí van unas fotografías como testimonio de este día accidentado pero que quedará imborrable en mi memoria.Volveré y ya puedo decir eso de "yo estuve aquí".





La aventura comenzaba...

Fuente de Iturbaz. 

Bucólico y ensoñado paisaje en Lazkueta (1.123 mts.)

Vadeando la regata de Legaire. Me recordaba a los anegados campos centroeuropeos.

Los viejos robles jalonaban el curso de agua como notarios del tiempo

Portillo de Atau

Mirutegui (1.167 mts.)

Un viento endiablado aquella mañana. Arriesgando hacia Ballo (1.197 mts.)

Enfilando la bajada hacia el puerto de Bikuña.

Los troncos apilados me dijeron que todo había ido bien.