domingo, 4 de octubre de 2015

Travesía de Madrid

He paseado por sus calles, por sus anchas avenidas comerciales, por sus raudas circunvalaciones, por sus costanillas por los que aún se oyen los portazos, las maderas de las ventanas que se abren al comenzar el día desde una pequeña habitación o desde una lejana buhardilla en lo más alto de un edificio. ¿Dónde queda este Madrid tan castizo, tan verosímil aún para la memoria de los que tuvieron la fortuna (o la desgracia) de vivirla? Digo desgracia porque para los que hemos leído alguna novela de aquel tiempo de silencio posterior a la contienda cruenta e incivil, y pongo por ejemplo a Arturo Barea, Luis Martín Santos o a algunos historiadores de este capítulo horrendo, nefasto,fastidiosamente luctuoso y triste, aquellos años tuvieron que ser realmente duros. No quiero entonces pensar en las gentes que lo vivieron, cuyas entrañas pergeñaron lágrimas de dolor y de duelo por tantas muertes de amigos y familiares. Para mí, exento de todo aquello, pero que, como digo,uncido de alguna manera mediante estas lecturas que he señalado líneas más arriba, me estremecen y me asolan. Bueno, pues como digo, mirar al cielo de Madrid, elevar la mirada al cielo tan maravilloso, tan altivo, tan llamativamente azul, me traía a la mente siluetas de aviones que cruzaban Madrid por aquellos años e imaginaba a las palomas reconvertidas en pájaros de hierro oscuros y amenazantes. Siento comenzar así, de este modo, esta página dedicada a Madrid.Porque Madrid es intrigante. En esa orgía de tráfico y de gentes, de plazas y calles, de snobs y de mendigos, se esconde un sinfín o abanico de imágenes sugerentes, de realidades escondidas y nada aparentes. Están ahí para quién sepa indagarlas, desentrañarlas, descubrirlas y sacarlas a la luz para entresacar respuestas a cada pregunta que te hagas. Ello supone un recetario para la vida.

Feria del libro en Paseo de Recoletos


Gran Vía


Libros al cubo, en la calle del Arenal

Las meninas de Velázquez, en el Prado

Pío Baroja, en la Cuesta de Moyano

Soy un caballero, de corazón lo digo...

Singular edificio en la Avda,América de Saénz de Oiza


Pero existe otro Madrid más cercano  y que a mi me resulta más familiar por situarse cronológicamente en la naciente Democracia. Intuyo aquella Madrid de la transición que yo adivinaba mediante las consabidas y clásicas fotografías de los libros de texto de la E.G.B y me llegan a la memoria aquellas en las que por ejemplo,aparece Suárez sentado en su escaño de las Cortes, o una fotografía de votantes en un colegio electoral recién estrenada la democracia. Adivino aquel Madrid nuevo, deseoso de desprenderse de las ligaduras del tardofranquismo, de los nuevos políticos y de los nuevos partidos. Son los años de Tierno Galván que a mi también se me antojan entrañables. España se enfrentaba a nuevos retos y nuevas tareas por cumplir. Quedaban atrás años de férrea ortodoxia y testigos de aquello son todavía los edificios administrativos tan corpulentos como grises que aún hoy colonizan gran parte de las vías madrileñas.
Incluyo algunas fotografías de mi paso por Madrid y que espero que os gusten y os aclaren un poco más mi forma de verlo. ¡Madrid!


El Palacio Real de Madrid

Una familia de gorriones molineros había instalado su nido de ramitas secas en una farola

Un jovenzuelo de paloma torcaz me observaba desde la rama de un castaño de Indias en el Campo del Moro

Me gusta el contraste del verdor de sus copas con el cielo límpido  y azul de Castilla

Las cotorras argentinas colonizan los parques y abrevan en los estanques y las fuentes, como en esta del Campo del Moro

En Sol

Yo quisiera que fuéramos todos discípulos suyos

En el Retiro, cercana al Paseo de Coches, se encuentra esta escultura de Victorio Macho que recuerda a Benito Pérez Galdós



Un gorrión común en una calle cualquiera de Madrid
Adiós Madrid.Adiós Sol.

domingo, 9 de agosto de 2015

Labraza

"La ciudad apareció a lo lejos,con su caserío agrupado en la falda de una colina,destacándose en el cielo,con color amarillento,con traza humilde y triste; algunas torres altas y negruzcas se perfilaban enhiestas en la masa parda de sus tejados torcidos y roñosos.
Fui acercándome a Labraz por una carretera empinadísima, llena de pedruscos,que subía primero y bajaba después el recinto amurallado de la población,los restos de baluartes que aún se conservaban en pie,las antiguas fortificaciones  derruidas que iban subiendo y bajando por los desniveles de las lomas,por los riscos y barrancos que circundaban la ciudad." Así es como Pío Baroja nos introduce en su novela "El mayorazgo de Labraz". Una novela romántica que se desarrolla en esta villa amurallada a los pies de la sierra de Cantabria. Labraza es un pueblo muy antiguo, con mucha historia detrás de sus murallas y de su alcázar. Labraza obtuvo el Fuero allá por 1196, hace ya más de ocho siglos y perteneció al Reino de Navarra hasta el siglo XV y fue de los últimos pueblos que se incorporaron a la belicosa Castilla junto con Laguardia y Bernedo. Fueron caballeros de la Orden de Calatrava, bajo la capitanía de Pedro Girón,quiénes consiguieron incorporarla a Castilla. Estos pueblos, además de Vitoria, formaron una "limes" o línea fronteriza entre ambos reinos rivales. Los reyes concedieron a Labraza privilegios y tratos favorables a sus moradores por ser un lugar estratégico y defensivo, no solo ante los veleidosos castellanos sino también ante las esporádicas incursiones de los musulmanes.
Labraza es actualmente una villa silenciosa y solitaria, venteadas sus calles por el cierzo que se cuela por sus callejas angostas y quebradas,remansándose solamente en sus múltiples patizuelos sombríos que sirven para que sus habitantes, duerman la siesta o descansen de los quehaceres diarios durante las tardes del estío.
Los portales de las casas se hallan muchos de ellos adintelados, a veces describiendo ojivas en cuyos vértices se hallan grabados en la piedra el escudo nobiliario que atestigua que allí vivió durante largo tiempo algún viejo y adusto hidalgo. Los muros de las casas a base de sillares unas veces, de mampostería otras, se hallan ennegrecidos por el humo de algún pavoroso incendio que asolaría la villa siglos atrás. Otras casas, asoladas por la ruina, con las vigas grisáceas retorcidas y apenas sujetando los tablamentos de los tejados dejan introducirse la luz en el atardecer y entonces, la luz refulge en el interior de las habitaciones y en el resto de las dependencias en lo que parece una enorme fragua que resplandece en mitad de las calles sombrías.
Me siento un rato frente a la entrada que se encuentra al Mediodía y pienso en los personajes que hubieron transitar bajo aquellas arcadas: talabarteros, buhoneros, guarnicioneros, limosneros... Imagino también a los ciegos acompañados de su guitarra, con un lazarillo caminando junto a él,cantando alguna copla o recitando algún viejo romance.Un vecino se acerca y hablamos un rato y él me cuenta algunos datos curiosos, como que las campanas de la iglesia eran de tan buena calidad que en los días de viento propicio se escuchaban en Zaragoza, "yo lo había oído a mi difunto abuelo". La tarde avanzaba.El sol iluminaba las murallas de piedra, tiñendo los sillares de un color anaranjado, todo adquiría un aire vagamente crepuscular, amansado, soñoliento. La sierra de la Demanda se ennegrecía con la venida de la noche.Por el norte, la sierra de Cantabria cerraba el horizonte de nácar y en el cielo Júpiter comenzaba a brillar sobre los viejos tejados de la Villa barojiana.


Este crucero, rematado por unas palabras que según me dicen, su significado no ha sido aún desvelado ni desentrañado por los filólogos, recuerda el asesinato de un clérigo que tuvo lugar en ese lugar hace ya mucho tiempo.

Restos de un matacán nos revela el carácter defensivo de la Villa de Labraza.En contraste, una prenda cuelga de unas cuerdas junto a la ventana de una vivienda en una imagen que nos habla del carácter pacífico y nada combativo de sus gentes.

Arcos de diferentes estilos, quizá testigos de épocas distintas pero que nos hablan de la rigidez de su estructura social y política.

Iglesia barroca de San Miguel y de San Roque

Un caño de piedra que alimenta la "fuente del Moro" situada extramuros de la Villa

domingo, 7 de junio de 2015

Viaje a Treviño (II)

Por una carretera estrecha, montuosa y sombría, se llega al pueblo de Aguillo. Chalés modernos, residencias de fin de semana con pista de tenis y piscinas en sus jardines, todas ellas, fajadas por los ubicuos y perennes setos de Chamaecyparis anticipan el viejo caserío en torno a la plaza y la iglesia dedicada a San Pedro. Quiero ver su portada románica y entro en un angosto callejón también sombrío en el que observo, frente al pórtico románico, una puerta contigua al templo tras la que se accede a un zaguán oscuro de una casa de labranza. Me asomo y toda en ella es un aire húmedo y fresco que a uno le empuja a otros tiempos muy lejanos. Allí, en la penumbra, se almacenan algunos recipientes y canastos, cordeles y escobones. Salgo de allí porque las maderas del piso crujen por los pasos de alguien que camina desde el piso superior. A la mano izquierda de este callejón se sitúa la portada románica bajo el pórtico y cubierto por una reja. Está cerrada.En sus jambas aparecen dos figuras diabólicas, monstruosas, aterradoras, recordando a los feligreses que el pecado lleva directamente al Infierno sobre el que llueven calderos de fuego. Al salir, me encuentro, al dueño de la casa que mira desde el umbral de la puerta. Muestra una incredulidad como acostumbrada, apenas se disgusta por mi presencia e incluso accede a mi curiosidad en forma de preguntas acerca del pueblo y de sus habitantes. Es un labrador todavía joven que cría cabras y ovejas, que los atiende con diligencia,que descansa apenas y va de un lado a otro de la casa con sus quehaceres y obligaciones con una desenvoltura grande. Sus ojos azules y su pelo rubio le dan un aire nórdico y risueño.

Aguillo, además de su iglesia gótica, su torre barroca y sus restos románicos tiene bellos ejemplos de arquitectura tradicional y doméstica. Apenas sí observamos casas sobresalientes aunque por sus hechuras y dimensiones, su carácter hidalguesco es apreciable en más de una de sus casas. El entorno, poblado de robles majestuosos, algunos muy antañones y de gran porte, es boscoso aunque si seguimos una senda que parte del pueblo en dirección sur, nos adentraremos en una vallejo estrecho por el que discurre, junto a éste, un riachuelo que baja a trompicones por sus numerosos saltos de agua. Siguiendo aguas arriba, llegamos al término de Los Rasos, un bello paraje desde el que disfruté de unas singulares vistas de la vertiente treviñesa de los montes de Vitoria, además de poder vislumbrar, a lo lejos, la sierra de Cantabria. Ambas cordilleras fajan y envuelven esta comarca y según dicen, las puso a salvo de las incursiones o razias musulmanas allá por el siglo XI. Además de los robles, otros árboles, los nogales, fueron afamados en estos lugares y fueron utilizados para la construcción de retablos para las iglesias del resto de los pueblos de la comarca. Estas fotografías que siguen ilustran en alguna medida algunos aspectos de aquellas visitas que tuvieron lugar en días continuados, a lo largo de los meses de abril, con la primavera aún en ciernes y un frío que se colaba hasta los huesos a medida que la tarde declinante y postrera hermanaba a estos pueblos con el silencio y oscuridad de la noche.
(Los comentarios a cada fotografía van a pie de foto)




Un molino, reconstruido con tenacidad y esfuerzo por los habitantes del pueblo, es una muestra del amor de éstos por su pasado y su cultura. Un fresno, a los pies de las aguas del canal del molino,hunde sus raíces ilustrando una bella simbología: Una cultura que se incrusta hondamente en la tierra y que lucha por su permanencia y su perpetuidad a lo largo del tiempo...





Un salto de agua entre las rocas y la vegetación en el barranco de Alday.




El sol acuchillaba el cielo plúmbeo y pesadamente triste y a duras penas lograba lanzar sus rayos de sol entre el boscaje y las extensas praderas. Los robles y las encinas creaban tonalidades mágicas, cambiantes, emitiendo extraños reflejos avivados por el viento que soplaba desde los montes.




Los relojes de sol pergeñan los muros de algunas casas hidalgas del pueblo. Desapercibidos e invisibles, mudos y enigmáticos.









Esta puerta, aunque abierta, muestra un interior incierto y envuelto en la oscuridad, los objetos son un vago recuerdo de lo que fueron, y el olvido, como un agujero negro, todo lo devora y lo engulle, hasta las voces y las palabras que sus dueños, un día y otro y otro, pronunciaron durante siglos en forma de canciones, de frases, de sentencias, de bonitas leyendas...












Unas extrañas representaciones diábolicas decoran las jambas del acceso a la iglesia de San Pedro en Aguillo. Sus fauces abiertas, sus ojos grandes y escrutadores, fiscalizan la mirada piadosa del feligrés como el recuerdo de la pecaminosidad y del subsiguiente descenso al Fuego Eterno.














Otro reloj de sol dibujado sobre un sillar en la fachada de la iglesia. Además de estos relojes enigmáticos de trazos irregulares, hallánse numerosas cruces grabadas en la piedra.







PEDRO, pero ¿Quién fue Pedro?. Esta piedra pudo ser tomada de otra ermita o edificio anterior y se colocó de este modo, del revés,según leí no recuerdo bien en qué lugar.



miércoles, 27 de mayo de 2015

"Viaje a Treviño" (I)

Treviño es este lugar apostillado en mitad de Álava.Treviño es este lugar desanexionado, geográficamente, de Castilla.Treviño se cuela, con sus extensos campos de trigo y con sus ladrillos de adobes, en el corazón palpitante de Álava. Treviño bebe del río Ayuda, que desagua en el Zadorrra, cerca de Lacorzana para tributar después en el río Ebro. Treviño come el pan de sus molinos harineros, algunos en desuso, otros, los menos, aún moliendo el trigo.

Durante mis visitas a unos cuantos pueblos, Aguillo, Imíruri, Argote,Torre,Dordóniz, Taravero...y otros muchos más, acumulé muchas fotografías en las que reflejé sus casas, muchas ya deshabitadas, sus fuentes vivas de piedra gris, sus lavaderos y sus molinos. También me crucé con sus pobladores, como aquel ganadero de Aguillo, cabrero y labrador y otras muchas cosas más, todas ellas, relacionadas con las tareas agrícolas y, claro está, con los cosas del campo. Aquel vecino era, con toda la prudencia y si me apuráis, una imagen viva de su tierra, un testamento vivo sobre el que se podía leer lo más puramente genuino del hombre que, generación tras generación, modeló unas costumbres y unas creencias que han desaparecido a nuestros ojos pero que se mantienen en las construcciones, en el paisaje, en la vida que se perpetúa silente. Sin embargo es un modo de vida que mengua diluyéndose en los nuevos tiempos. Restan pocos pueblos en los que lo antiguo, lo más característico de una vida ya desaparecida se muestra tal cuál es, a la vieja usanza. Movido por la curiosidad, busqué alguna bibliografía en la que pude apoyarme y en la que encontré algunas respuestas. Y sobre ellas, sobre aquellas lecturas clarificadoras, surgieron inevitables nuevas preguntas cuyas respuestas están aún por llegar y esclarecer. Entre aquellos libros puedo citar "El Condado de Treviño.Contribución al estudio de una geografía humana" escritor por Deogracias Estavillo que nació en el pueblo treviñes de Dordóniz. También, una trilogía de libros, muy asequible y clarificadora publicada por Eusko Ikaskuntza. Sus autores son varios, entre los que destaco a Isidro Sáez de Urturi y otros. A Isidro le veía en televisión, en un programa local sobre antiguas tradiciones alavesas y que se emitió hace ya varios años, conducido y presentado por la periodista Gema Espinosa y que he visto publicado en las librerías algún libro suyo.
El último de esta serie corta de publicaciones es un volumen titulado "El tiempo detenido: Viejas fotografías del Condado de Treviño". Este libro contiene muchas fotografías de los pueblos treviñeses y los textos corren a cuenta de la historiadora Ainara Miguel Sáez de Urabain, consiguendo que el lector se convierta en espectador y cómplice de un tiempo fugaz pero patentizado y "detenido" ante nuestra mirada. Destaco también la obra de Landázuri "Treviño Ilustrado" incluida en su "Historia Civil de la M.N y M.L provincia de Álava". 

Durante mis esporádicas visitas a los pueblos del Condado, visitas que fueron azarosas y aleatorias, encontré rasgos comunes que los caracterizaba de alguna manera. Vi,bajo los tejados cubiertos y tapizados por los líquenes y musgos, los aleros de madera de las casas, algunos simple y llanamente dispuestos sin ornamentación alguna, otros decorados con volutas y acantos. Muchas casas distinguidas se abrían al visitante, mudas y silenciosas, y yo miraba sus paramentos, son enormes adintelamientos sobre las puertas. Y sobre ellas, en sus partes centrales, sus escudos nobiliarios flanqueados por yelmos y lambrequines. En Urarte, en la casa de los Sáenz del Castillo dos músicos se representaban con sus guitarras, ociosos y ajenos al trabajo siempre deshonroso reservado a los campesinos y siervos.


Un canecillo en el ábside de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Arana (Treviño)
Tampoco desdeñé las ermitas que pueblan muchos de sus cerros que fueron centro espiritual y lugares de reunión de muchos pueblos y aldeas. En torno a ellos se celebraban comidas, se subastaban cosechas o se rogaba para alejar los nublos y los pedriscos que asolaban los campos y desbarataban el trabajo siempre penoso y esclavizante de los labriegos. También los molinos, como el de Franco. Estos lugares fueron centros de cierta importancia comercial, lugares desde los que se suministraba la harina a otros muchos lugares, no solo a los pueblos cercanos sino también a otras comarcas más allá de los límites del Condado. Y los ríos, con el Ayuda o el río Rojo como elementos vertebradores e identitarios. El río Ayuda, río alavés que nace en las proximidades de Oquina, es el hilo con el que se hilvana gran parte de la historia y de la memoria de estos pueblos.En sus cauces, los trilleros arrancaban el sílex con el que armaban las trillas, en sus ríos los pobladores de esta bonita comarca tendían las nasas y los botrinos, ancentrales suertes de pesca, con las que pescaban peces y cangrejos. En sus cauces se construían los molinos para fabricar la harina y las lavanderas tendían sus ropas hincadas de rodillas. 

Hoy, cuesta imaginar que todo aquello ya despareció y uno diría que la vida moderna,con su vertiginosa y meteórica huida hacia adelante, va despojándose de lo más valioso, de lo más trascendentalmente humano hasta quedar reducida a una especie de escombro inservible, a un despojo o esqueleto al margen del camino.




sábado, 14 de marzo de 2015

El Pino carrasco

Una de nuestras coníferas más abundantes en los montes y sierras de la península es el pino carrasco o pino de Alepo.
Es un árbol muy sufridor,estableciéndose con arrojo y valentía sobre suelos pobres, a veces muy calcáreos. Su resistencia a la sequedad ambiental  y sus escasas apetencias hídricas a lo largo del año le constituyen como una especie pionera e insustituible allí donde a otras especies les resultaría difícil su asentamiento por unas condiciones del medio tan exigentes.No es extraño entonces verlos crecer en cerros raquíticos y laderas desposeídas de vegetación y donde el agua de la lluvia originó cárcavas que delatan un progresivo e imparable deterioro del suelo.
El Pino carrasco es una conífera de ámbito mediterráneo, amante de la luz e indiferente a los suelos donde se asienta, siempre que no sean excesivamente arcillosos ni compactados. 
Sus acículas son muy delgadas y flexibles, de color verde claro, lo que le proporciona una apariencia general muy luminosa porque la luz del Sol se infiltra con facilidad a través de su follaje poco denso. Las piñas van sujetas a las ramas por unos pedúnculos más o menos largos, lo que resulta un rasgo identificativo de esta especie tan sobria y modesta aunque noble y dura. Las piñas son,como decía, de aspecto cilíndrico, algo recurvadas hacia el interior y generalmente dispuestas en pares a lo largo de las ramas, persistiendo en ellas durante largo tiempo, abandonando el color intensamente ocre y rojizo hasta que un color gris ceniciento y algo jaspeado las invade completamente para caer al suelo finalmente.
Las flores están agrupadas en conos floríferos.Las flores masculinas son sobreabundantes repartiéndose por doquier a lo largo de todo el árbol en detrimento de las flores femeninas que casi son inapreciables. Éstas tienen un aspecto de piñitas diminutas de un color púrpura que va desvaneciéndose a medida que culmina la polinización primaveral (Lamento no tener una fotografía que los ilustre.)
El tronco crece recto en los primeros años aunque tiende a doblarse y retorcerse en los ejemplares más ancianos. La corteza es gris, fisurándose longitudinalmente con los años y adquiriendo esas acanaladuras matices anaranjados. Hay que pensar que las coníferas crecen en ocasiones en laderas muy expuestas y el viento los doblega a su antojo, adquiriendo formas  a veces inverosímiles,entre fantasmagóricas y un poco tétricas, sobre todo si los observamos a la luz del crepúsculo, asomando ya la Luna por las serranías peninsulares. 
Es un árbol frecuente en la región mediterránea, Cataluña, Comunidad Valenciana y región de Murcia aunque no desdeña adentrarse en el interior, viviendo en amplias áreas del valle del Ebro aunque rehuyendo, no obstante, de los inviernos excesivamente fríos,prefiriendo los suaves y algo lluviosos para hacerse con la cantidad de agua suficiente que el tórrido verano peninsular le niega. 
Es frecuente su aparición en Rioja alavesa sobre lomas y cerrillos muy castigados por la erosión, disfrazándolos si cabe con alegres pinceladas de color verde claro sobre el terroso y un poco fosco paisaje de aquella región vinícola.
Fue un árbol resinero allí donde su congénere, el Pino marítimo o rodeno,faltaba. De su tronco, mediante incisiones o entalladuras en su corteza, los resineros lograban "sangrar" la resina y de ahí una sentencia popular que dice "Cuando el pino llora, el resinero ríe". 

¡Vivan nuestros pinos ibéricos!



Porte general 

Piñas  

Las acículas son delgadas y flexibles, de un verde claro


Conos masculinos en cada extremo de los ramillos


Detalle de la corteza agrietada longitudinalmente en los ejemplares viejos

Las piñas se observan a través de sus copas



domingo, 1 de marzo de 2015

Moraza: Extravíos y desmemorias

No he querido olvidar unas fotografías que recogen algunos rincones de este pueblecito treviñes que visité ya ha hace algún tiempo, acostado y cobijado su caserío en la sierra de Portilla, casi en los confines de la provincia de Álava. Así no seré yo quién sea cómplice del olvido sumando más olvido al olvido, más desmemoria a la desmemoria.
De este modo, esta entrada que hoy escribo, pasados ya unos meses de aquella excursión algo accidentada por lo escabroso del terreno y por las nieblas densas del invierno que desdibujaban la geografía, sirva como un pretexto para anejar algunas imágenes y contradiga así al olvido rescatando de mi cámara fotográfica algunas imágenes siempre enmohecidas por el paso del tiempo,pruebas testimoniales de que la vida, a pesar de todo, continúa también allí pero ya despojada de sus procedimientos tan característicos por constituirse como un modo de vida uncido a la tierra y a la naturaleza.

La iglesia románica,dedicada a San Juan, se encontraba en un estado calamitoso y ruinoso; la maleza se inmiscuía entre las grietas y oquedades, mordiendo los sillares y acrecentando la ruina y ahondando la miseria y el abandono contrastable con épocas de más esplendor que hubieran recogido seguramente aquellos recios sillares. La espadaña soportaba resignada el peso de los bronces de las campanas y el silencio de los años.Según leí, los modillones de rollos y que todavía se pueden apreciar junto al ábside son o tienen reminiscencias mozárabes y son únicos en la provincia de Álava.Sobre sus muros, junto al pórtico,los vecinos más jóvenes,niños quizá en sus ratos de juego,habían escrito los nombres de sus deseados, arañando para ello la piedra con un punzón improvisado y quién sabe si pasados los años y vueltos sus ojos al recuerdo puedan cobrar trozos de su vida más temprana releyéndolos con añoranza
Las calles de Moraza son estrechas,mudas y pinas repartiéndose las pocas casas desordenadamente. Unas casas eran de labranza ahora destinadas a otros usos despegados de los faenas del campo y alejadas de la tiranía de la tierra y otras, recias y notables, mostraban sus escudos modestos, nobiliarios, y sus puertas atrancadas sumiendo en la oscuridad y el silencio a las piezas interiores.

El monte de Moraza está rendido al abandono y ofrecía una vegetación preñada de bojes que habían recolonizado antiguos pastos o pasturas. Los hayas más jóvenes luchaban tímidamente contra el denso sotobosque para abrirse paso por entre su dominio y mostrar sus ramas resarcidas a la luz del sol que renunciaba a asomarse en el cielo. La acometividad de los bojes pugnaba con los hayedos siempre mansos y risueños atrincherándose en las angosturas y honduras más sombrías representándose ambos mundos contrapuestos en el hayedo y en el bujedo. Pude observar en los márgenes de los caminos intrincados y difíciles y sobre algunos troncos de árboles derribados que, como esqueletos inhumados atestiguaban su antañona vida ya extinguida, a una rica y variada colección de hongos y setas cuyas identidades no logré objetivar.
Vuelto al camino y mientras yo caminaba ganando altitud, la niebla se densificaba y el silencio se interrumpía en ocasiones roto por el tamborileo de un pico picapinos o por la esquila de una yegua salvaje que sonaba misteriosa en los confines de la sierra de Portilla. La lluvia también prorrumpía en intervalos percutiendo en las hojas de los hayas en aquel otoño postrero que claudicaba por un invierno en ciernes.Los caminos, ya cercanos a la cima, se multiplicaban, las sendas se desdibujaban y bien se podía decir aquello de que "todos los caminos conducen a Roma". Desde lo alto, amplias panorámicas de los montes circundantes. Hacia el sur los paredones grisáceos de la sierra de Cantabria, entenebrecidos por aquel cielo gris y apocado y hacia el norte unas lomas suaves y redondas, desleídas por la niebla.

Vayan pues a continuación estas imágenes extraídas de la memoria, como un antídoto del olvido, de ese olvido que se esparce con sigilo allá donde le dejemos, como el xilófago que destruye la madera a su antojo, taladrándola y tornándola inservible. Procuremos entonces enmendar el daño hasta donde la memoria alcance, restituyendo aquellos extravíos que olvidamos en el camino y procurando que esta difícil aunque obligada tarea no vuelva a perderse en siguientes andaduras...

Rogativas,procesiones,sagrarios,dalmáticas,exequias...



Pedos de lobo







"...según leí sus modillones albergan reminiscencias árabes."