domingo, 22 de febrero de 2015

Zaldiarán:Troteras y danzaderas

Aún quedarían unos días más para que la nieve desapareciera de los labrantíos, de los campos de cereales cuyos brotes incipientes comenzaban ya a menudear, a pespuntarse hacia la luz y abandonar la oscuridad de la tierra, de la tierra siempre un poco tirana del campesino.
Mientras, desde lejos, Vitoria y su caserío pasaba casi desapercibido entre el paisaje alavés y sus contornos se diluían, sus barrios más jóvenes desdibujados y tan solo las torres de San Vicente,San Miguel,San Pedro y Santa María, así como el espigón neogótico del convento de la Visitación atestiguaban que la ciudad no había desaparecido, sino que languidecía soñolienta casi con los ojos cerrados, ensimismada por un celaje vaporoso y desleído por el humo blanco de las chimeneas de las casas.
Yo comencé a caminar, por los caminos ya trazados, por los senderos que los andantes como yo utilizamos para permitir que el cordón umbilical que nos une a la Naturaleza, aún tibio, se mantenga y continúe también su devenir.
El bosque, enmarañado y denso en algunos casos, en otros, limpio y adehesado, según las intervenciones que la mano del hombre haya querido imprimir al entorno, se hallaba densamente cubierto de una nieve alba y relumbrona. Los álamos pegados a los ríos parecían cartujos tunicados, ataviados con su hábito blanco, apuntados y místicos. Los abedules al igual que los álamos blancos traían a mi recuerdo grandes y vastas extensiones de suelo ártico por cuyas entrañas discurrían los trineos tirados por troikas de perros esquimales. Los quejigos, atosigados, mostraban todavía algunas hojas secas que luchaban, desde las ramas más altas, por asomarse al viento helado. 
Las aves, mudas y solitarias, sufrían los rigores y los reveses del invierno inclemente volando a aquellos lugares que la nieve no había logrado cubrir para alimentarse de lombrices de tierra y otros artrópodos. Los pinzones y las malvices eran las más frecuentes, además de las cornejas lutinas que manchaban los campos de negros graznidos que repercutían en el ambiente, chocando en mis oídos.
A medida que el camino transcurría la nieve se densificaba y su profundidad ganaba palmos.Comenzaba a atestiguarse el dominio de los pinos, antes de que las hayas, cobrizas y risueñas, encantadoramente risueñas, salidas de cuentos y leyendas de príncipes guapos y nobles y princesas sin príncipes, obliguen al silencio y a la quietud solo roto por el tamborileo esporádico de un pico picapinos o por los aletazos, abruptos y exclamantes, de las torcazas de tonos cenicientos y de vientres violáceos.
Aún quedaban por descollar los pinares de repoblación como antesala del hayedo y las voces de los caminantes que descendían con los perros, algunos desobedientes y levantiscos, y otros, mansos y cariacontecidos, que no se separaban de su dueño si no era más que para olisquear unos tomillos en los márgenes de los caminos.
Atravesé el hayedo pasada "la plataforma". Las sendas se estrechaban quebrándose, casi interrumpidas por la vegetación que se arrimaba al cauce de un arroyuelo de cuerpo líquido y saltarín, corriendo aguas abajo hasta refrenarse en algún azud, quién sabe, o para tributar su escaso caudal, rendido y cabizbajo, al comisario Zadorra.
Ya arriba, en lo alto del monte, en la cima, el paisaje se dilucidaba entre las vegas extensas del condado de Treviño y la llanada de Álava, con sus campos enteramente nevados interrumpidos por las aldeas como gigantescos túmulos blancos o amplísimos muros enjabelgados. 

Vayan a continuación algunas imágenes que completan, más que aclaran, lo dicho en estas líneas escuetas y vagas...

Carámbanos en una casa de Armentia


Una malviz o zorzal común busca lombrices de tierra

El bosque de Armentia y el invierno

Los pinos silvestres doblegan sus ramas para amortiguar el peso de la nieve

La vieja aldea de Esquibel


Zaldiarán (978m.)

Montes de Vitoria desde Zaldiarán

Mirando al sur

Al fondo,se vislumbra la entenebrecida cima del Arrieta

Siluetas negras


lunes, 16 de febrero de 2015

Pájaros

Las grajillas occidentales son aves gregarias, altamente sociables que construyen íntimos y complejos sistemas sociales. Las grajillas son córvidos, pertenecen a esa familia de aves un tanto denigradas por sus plumajes negros y oscuros, ligados con el mal agüero y los pronósticos funestos de consecuencias luctuosas. Desde luego que nada tiene que ver esto con la realidad. El sambenito se lo colgamos los humanos, siempre querenciosos al estigma, al encasillamiento de las cosas, absurdamente. Si estas aves de colores cenicientos y de ojos azulencos hablaran, nos darían mil vueltas. Existe un curioso libro escrito por un etólogo alemán, Konrad Lorenz cuyo título "Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros" es una vindicación de la inteligencia de estas aves. Las restituye y las coloca donde se merecen. Solo que en nuestras latitudes estas aves, junto con cornejas, cuervos y picarazas, gozaron siempre de mala prensa y fueron perseguidas y abatidas sin remisión, solo porque la ignorancia y la superstición alentaban todavía más a apretar el gatillo del escopetero o furtivo de turno contra estas aves agudísimas. Este libro, como os contaba unas líneas más arriba, son una colección de experiencias relatadas fruto de la convivencia del autor con ellas en su residencia austríaca, extrayendo así el lector sus conclusiones nunca antes imaginadas. Puede decirse que, el furtivo, después de empuñar el arma de la lectura con este libro y leer sus páginas sin necesidad de apuntar a nada más que a su sensibilidad, cabría esperar que trocara sus ánimos de exterminio por un deseo inequívoco encaminado a su protección y defensa. 
En todo caso, las grajillas pueblan nuestros campos y ciudades. Sus hábitos alimenticios son mayoritariamente vegetarianos si los comparamos con el resto de los córvidos. Sus poblaciones en la Península Ibérica son estables aunque se constató una ligera o tenue disminución en su número. En Vitoria las podemos observar en las casas con alguna altura conocidas como "casas de Echevarría" en cuyos bajos se halla la conocida cafetería de "El Mentirón" por ser este lugar un mentidero de la gente ociosa para reunirse. Sobre los tejados de este edificio y bajo sus aleros y cornisas, las grajillas protagonizan escaramuzas y riñas esporádicas emitiendo sus "chiaak" repetidos y algo desapacibles. Luego,en el invierno pero también durante otros épocas del año, se reúnen en sus dormideros sobre los castaños de Indias de ramas desnudas en el cercano parque de la Florida, al caer de la tarde, con las primeras luces de las farolas y los focos de los coches relumbrando en el asfalto de la carretera que discurre bajo ellos. A este coro grajillero se le unen las urracas, zanquilargas y colilargas, para pernoctar en las frías y desapacibles noches vitorianas.
El gregarismo de las grajillas es muy visible en los atardeceres cuando se congregan muchas de ellas sobre las ramas más altas de los castaños de Indias de la Florida

Las grajillas suelen adoptar estas posturas como "de enamorados"