sábado, 6 de enero de 2018

Por los derroteros de Legaire

Han pasado ya unos días,-casi una semana-,de una salida que me llevó hasta los montes parzoneros de Encía,más concretamente a Legaire y todos esos montes que circundan este altiplano. Ahora manan,como las fuentes y regatas de aquellos preciosos parajes,recuerdos muy evocativos que envuelven aquella excursión tan vívida aún, como digo, puesto que me llevó o me deparó un buen susto dado que llegué a extraviarme en pleno bosque. Salí del coche y tras calzarme las botas,echarme la mochila a la espalda y enristrar la cámara de fotos, tomé un camino a la derecha, jalonado por un pinar de pinos laricios entreverados con algún que otro pino silvestre. Pronto, como casi siempre sucede, me anegaron las dudas porque el camino que me llevaría a la fuente de Iturbaz se aventuraba difícil dado el terreno tan agreste, salvaje, y que se me antojaba además hostil y realmente inhóspito.Pronto advertí las consejas de quién parecía un experto por soberano montañero y que no debí subestimar."Si quieres te acompaño hasta la fuente de Iturbaz. Es fácil perderte si no conoces bien este lugar porque apenas hay un camino señalizado". Era verdaderamente cierto todo aquello. Miré hacia atrás.No había nadie alrededor.Todo era un silencio grande, apenas rasgado sutilmente por los graznidos de dos o tres chovas meteóricas que cruzaban el cielo parcialmente anubarrado y que dejaba entrever escasos rayos de sol. Pronto apareció una persona que paseaba dos enormes perros y se ofreció a llevarme hasta la fuente de Iturbaz. A la vera de unos tubos, llegamos a la fuente.El agua brotaba y fluía en cantidad y llegaba a luz desde las entrañas fría y límpida, sumándose a una regata que desembocaría más tarde en la laguna del mismo nombre. Me despedí de este paseante y retomé el camino que me había indicado hasta la cima del Bayo. Pero al poco, un camino viraba a la derecha,lo que me indujo a pensar que debía obedecerlo. Tras un breve e intenso tramo ascendente que me iban indicando varios círculos dibujados en los fustes de las hayas, llegué a un buzón por el que supe que me hallaba en la cima de Lazkueta. Reconfortado de algún modo aunque algo desconcertado, pensé que tomar el camino de vuelta no iba a ser fácil puesto que el regreso apenas estaba señalizado. Decidí continuar la marcha.Estaba en un terreno absolutamente desconocido.Era como adentrarme en un lago profundo.Ya mis pies no tocaban fondo.Pronto reaparecieron aquellos círculos rojos y decidí seguirlos.Aquello no disipaba las dudas porque no sabía adónde me dirigían.Eran solamente la única certeza de un rastro inequívocamente humano y por tanto, llevado por el instinto, las seguí a ojos tapados. Tras una media hora larga de travesía volví a perder las señales.El terreno se antojaba más abrupto por lo pedregoso.Ya en un entorno cárstico,el musgo envolvía las rocas pareciéndose a las rocas varadas en las bahías salobres de las desembocaduras de los ríos que van a dar al mar. Retomé las señales nuevamente.El camino era tortuoso, laberíntico y resultaba lacerante, como si alguien estuviera riéndose de mi destino, como si una cinta transportadora se deslizara bajo mis pies y los hiciera inviables a mi voluntad.Llegué a un camino muy marcado.Pasos y huellas sobre trechos nevados y copados por la nieve ya convertida en un hielo duro pero resbaladizo. Finalmente, salí a campo traviesa dejando atrás los tornasoles de la nieve, los claroscuros del bosque y de mi travesía tan funesta. Estaba, sin yo saberlo, en las rasas de Legaire. Olvido comentaros que en el transcurso de aquella travesía fue cuando decidí echar mano del móvil, rendido ante la evidencia de mi extravío que tomaba ya fuerza real y había dejado de ser un simple esbozo apenas abandonada la cima de Lazkueta. Pero allí el móvil era un simple juguete porque la ausencia total de cobertura era una realidad que la tornaba, ahora ya sin un posible socorro, ciertamente dramática.Barajé varias direcciones a falta de una brújula que me hubiera servido de una gran ayuda. De repente, ví a una deportista practicando trekking acompañada por un perro.Le grité y me oyó a pesar de la distancia.Lo primero que hizo fue atar el perro porque, como me aseguró después, temía que albergara alguna especie de miedo atávico hacia ellos. Le expliqué de donde venía y adonde quería dirigirme.La cruz de Mirutegui estaba frente a nosotros, apenas divisable en la distancia. Me reconfortó mucho este encuentro y calmó mi miedo y la ansiedad acumulada.Vadeé el arroyo de Legaire y sin más preámbulos, emprendí mi particular "larga marcha" hacia la cruz de Mirutegui, erigida allá a lo lejos y transformada en el final de mi odisea. Una vez allí arriba, tras pasar junto a túmulos y dólmenes de antiquísimos grupos humanos que dejaron allí sus vestigios casi prehistóricos y rebasado el portillo de Atau, los afilados picos de las sierra de Aratz y Aizkorri escenificaban enormes y gigantescos paredones nevados en sus partes más altas y arriscadas. Luego, sin tiempo que perder, alcancé la subsiguiente cima, Bayo, siguiendo un ge erre del que no me separaría hasta llegar al punto de destino. Siguiendo este sendero y recorriendo el cordal, descendí después el puerto de Vicuña, al que se unía un camino que ascendía desde el pueblo de San Millán. Al pie de los cantiles, llegué a Peñarroja, y tras pasar varios portillos e hitos, descendí nuevamente a las campas de Legaire. 
Os debo decir que es un paraje precioso que merece la pena visitarse y respetarse. 

Ahí van unas fotografías como testimonio de este día accidentado pero que quedará imborrable en mi memoria.Volveré y ya puedo decir eso de "yo estuve aquí".





La aventura comenzaba...

Fuente de Iturbaz. 

Bucólico y ensoñado paisaje en Lazkueta (1.123 mts.)

Vadeando la regata de Legaire. Me recordaba a los anegados campos centroeuropeos.

Los viejos robles jalonaban el curso de agua como notarios del tiempo

Portillo de Atau

Mirutegui (1.167 mts.)

Un viento endiablado aquella mañana. Arriesgando hacia Ballo (1.197 mts.)

Enfilando la bajada hacia el puerto de Bikuña.

Los troncos apilados me dijeron que todo había ido bien.