lunes, 9 de septiembre de 2013

Arrimándome al arrabal

Pronto el estío nos dirá adiós. Pero el adiós del verano es la arribada del otoño, de esa multitud de acontecimientos que de una manera u otra pergeñan la estación melancólica, de tránsito, de mudanza a esa otra estación subsiguiente que es el invierno precario, insólito cuando sabe disfrazarse de blanco, de gris, entreverado de blancuras, atravesado por un ruido inexistente, o un silencio prístino acompañado del cielo azulenco si las nubes descorren el lienzo azul.
(Es de noche. En la chimenea arden ya crepitantes las maderas, aún húmedas, y subrepticiamente arden. La estancia dibuja las sombras de los objetos; un velón, una botella de vino, una jaula con su perdiz dentro.Un sotillo de álamos temblones asoma por encima de la ventana y la luna brilla como un disco de plata.)
Esta escena, que parece sacada de una obra dramática y que prefigura una escena en la que los personajes visten ataviados a la antigua; la mujer con pañuelo a la cabeza y faldas largas con faldriquera y el hombre, con un sombrero segoviano, camisa blanca con chaleco y pantalón gris algo raído con calzas. Los dos se miran en una penumbra consoladora. El fuego de la chimenea brilla en sus ojos tristes porque las cosas no han marchado como ellos anhelaban. El campo de Castilla impone su criterio, claudica torciendo las voluntades del hombre.


Las palomas cimarronas apeonan en las rastrojeras de Olárizu

Pero abandonemos la estancia descrita, algo lúgubre, y tornemos a una escena que prefigura el otoño. Es de ayer. Un bando de palomas (Columba livia var.domestica) apeonaba los rastrojos, los campos desnudos. Revolaban los campos de aquí para allá, sobrevolando las heredades, buscando los granos de trigo o de cebada diseminados en la tierra. Era un bando nutrido,denso y abigarrado por la diversidad de colores y tonalidades de los miembros que lo componían. La forma típica es la paloma azul; plumaje gris azulado con el obispillo de color blanco, dos barras negras dibujadas en cada ala, sobre el pico tienen una cera blanca muy característica. Aunque debido a los cruzamientos con otras razas existen jaspeadas de negro, de blanco…En las ciudades son muy típicas y abundantes. Son de hábitos gregarios y sus parejas crían durante todo el año. Su voz es el arrullo en el que el macho galantea con ardor y contumacia a la hembra, inflamando el buche, arrollándola y atosigándola sin desmayo. Es una imagen que se repite anualmente en el otoño, después de cada cosecha. Las palomas, en el amanecer vuelan a los arrabales de Vitoria, se alimentan allí durante la jornada y, en la atardecida, regresan a los tejados y oquedades de los edificios urbanos para descansar. Tienen un vuelo eficacísimo, veloz, elástico.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Teresa la de Jesús y los corteses

Me levanté pronto, como casi todos los días. Pensé que el trabajo introduciría algún cambio novedoso en mi régimen horario pero veo que no. Así que tomé una ducha, me cepillé los dientes, salí a la calle. Tomé el coche y me dirigí a un rastro en el que se puede encontrar prácticamente de todo: peluches, sobrecamas, juguetes, discos, jaulas...y libros. He aquí mi sorpresa cuando nada más entrar en el local veo un libro de la editorial  SM que llevaba ya unas semanas buscando. Lo había encontrado previamente en una página de artículos de segunda mano en internet, pero allí estaba, con la portada mirándome y como diciendo "aquí estoy, aquí me encuentro, esperando que leas la historia que yo guardo en mis páginas". Departí un rato con el responsable del establecimiento. Era un chaval atento, con una expresión algo risueña en su rostro. Y casualmente, él también había estudiado en los Marianistas de Vitoria. Así que libro, el que esto escribe y aquel que os comento, concurrimos inevitablemente en un espacio común: lo marianista. Reprodujimos recuerdos y anécdotas, profesores y alumnos, metodologías y protocolos a pesar de los años que nos separaban de nuestras respectivas promociones. Algunos profesores ya no estaban, ni siquiera fuera del colegio ya, ni en esta vida. Otros los habían sustituido en sus enseñanzas impartiendo sus lecciones quién sabe si con metodologías más novedosas, innovadoras. Todo cambia y todo evoluciona. Sin embargo, hay algo que no parerce haber mudado: los alumnos y exalumnos de marianistas tenemos un sesgo especial que se trasluce en el modo de pensar, en el modo de expresarse; compartimos unos valores, una ideología típica, no me refiero a la ideología "per se" sino a un modo de conducirse que nos vincula inevitablemente. Años de estudios, de compartir profesores y vivencias, que de un modo u otro, han reproducido patrones similares en nuestras conciencias, en nuestros modos de pensar y quizá, también, en las maneras de vivir al margen de las inclinaciones políticas o de los valores de cada cual. Supongo que ahí estriba la libertad de pensamiento; rasgo unívoco de una educación crítica, algo de lo que yo creo que se ha intentado trasladar a mi vida de estudiante en el colegio. Yo desde aquí, desde este blog sencillo, nada atípico, convencional y sin ínfulas de nada extraordinario, quiero recordar con gratitud a Miguel Ángel Cortés, religioso marianista y hoy, con un puesto de mucha responsabilidad en la familia marianista. Quiero recordar su preparación y sobre todo su dimensión humana, su devoción religiosa, su discreción y su entrega al trabajo como profesor. Impartía la asignatura de Religión, y oficiaba, en la capilla del colegio, las eucaristías entre otros sacerdotes. Creo que era una persona con una moral y unas creencias muy arraigadas, sólidamente cristianas. Creo que era alguien muy preparado, escrupuloso en sus quehaceres, y su capacidad de comprensión le llevaba a mirar alto.
Teresa, la de Jesús, de Cortés
Disculpad mi tan larga digresión, vuelvo al libro en cuestión, que espera con ansiedad y desasosiego que yo lo cite, que le ponga nombre y rostro.Se intitula "Teresa, la de Jesús", del viñetista y colaborador de la editorial José Luis Cortés y cuyas ilustraciones resultarán familiares a todo aquel que estudió en los "marias".

jueves, 5 de septiembre de 2013

Treinta y cinco días

Torno nuevamente al desempeño de almacenero, a esta labor que no es ni oficio ni profesión, es más bien una tarea o un trabajo para el que no se requiere una titulación específica ni cualidades especialmente exigibles. Solamente la pericia en el manejo de la carretilla que la proporciona la experiencia y el esmero y la atención que a uno le vienen dados por motivos biológicos o educacionales. Así que cambió mi régimen biológico atemperado por el cambio de las circunstancias o por un cambio en el ritmo normal de los acontecimientos que, hasta hace apenas treinta y cinco días, eran cadenciosos, suaves, sin exabruptos. Los días pasaban acordes a mi estado de ánimo, y al revés. Casi como si los latidos del corazón que dan corporeidad a cada momento marcharan al compás del paso de los minutos, de las horas...Casi como si mis pensamientos dirigieran los días, o como si mis estados de ánimo coordinaran el aspecto del cielo en cada momento. Entonces si la tristeza me embargaba, cubríase el cielo de nubes; si la alegría regocijadora llegaba de no sé qué rincón de mi alma, las nubes descorrían la cortina azul ; el alma era el timón que yo manejaba y cuya dirección marcaba el pronóstico del tiempo para los días siguientes. Cuánta felicidad, cuánta dicha anticiparme al tiempo, desde la propia asunción de mi insignificancia, desde el propio asentimiento de mis incapacidades —incluso para cambiar aquello menos difícil, casarme con la lluvia o reconciliarme con los días grises con nubes también grises, desde cuyas panzas parecen precipitarse las noticias más tristes en forma de cartas de esas que ya nadie escribe. Así que me sentía como alguien en mitad del mar, a bordo de un bajel, dirigiéndolo y, empatando los días alegres y los días tristes.