lunes, 27 de julio de 2020

Viejos palomares de antaño (I)

Tengo una debilidad más que notable por las palomas y los palomares. Desde pequeño he admirado a las palomas, fueran del dueño que fueran y fueran de la raza que fueran. Yo tuve un palomar con palomas. Llegaron a formar un bando considerable. Quizás rozaran la veintena. Las había de casi todas las razas y tamaños. Esa cualidad de regresar siempre a su palomar, al lugar donde nacieron, siempre me fascinó y me vinculaba de algún modo. Verlas ir y venir significaba algo más que un pasatiempo. El cielo además hacía de tapiz, de telón de fondo sobre el que quedaban plasmadas sus siluetas. Esa visión tan repetida termina por incrustarse en tu cerebro a modo de troquel. Lo imagino como un vicio o manía que indeleblemente jamás se abandona del todo. 
Pocos son los palomares que quedan, al menos en todos estos pueblos que forman nuestra geografía más próxima. Los caseros más avisados optan por confinarlas en sus buhardillas o "sobrados" por temor a las rapaces e incluso a los cazadores que tienen en los pichones un objetivo muy suculento a la vez que fácil. Otros, en cambio, desconfían de los peligros que acechan a nuestras palomas, las dejan sueltas y entonces no es difícil escudriñar la situación aproximada de sus palomares entre el dédalo de callejas o entre el abigarrado conjunto de tejados que conforman cada núcleo.Si nos detenemos y el ladrido de un perro o el casual llanto de un niño no nos interfieren, muy pronto nos percataremos del arrullo que entre la penumbra de algún palomar emite un palomo desde su nidal. Al aproximarnos,huyen del tejado batiendo las alas, demostrando una bravura que nos deja boquiabiertos. Esta desconfianza es lógica y explica un instinto de innata supervivencia;solo demuestran su mansedumbre hacia aquellos que las cuidan,mantienen y conocen.De no ser así, no nos explicaríamos esa fidelidad tan arraigada en ellas que explica lo que os decía más arriba. 

Este es el caso de un palomar en Guereña,Álava,instalado en una casa de labranza muy antigua. Luce un curioso y anciano blasón en su fachada cuyo origen desconocen sus moradores. Hablé hace ya unos meses con su dueño, un hombre ya mayor y muy curtido debido seguramente a la penosa y ardua laboriosidad que impone el campo.Demostraba un cariño hacia las palomas como pocos o como casi nadie.En verano los bandos buscan por su cuenta y riesgo todo tipo granos y semillas silvestres,además de caracolillos y otros insectos.El frío del invierno no las amilana porque salen también al encuentro de los granos aún desperdigados o los brotes tiernos incipientes. 

hola




domingo, 1 de julio de 2018

Por el barranco de Urrola

La mañana amaneció con viento en Vitoria.A ratos se dejaba ver el sol entretelado entre nubes que iban a más a medida que fue progresando el día.Cuando llegué a Okina el cielo estaba prácticamente cubierto aunque el sol aún reverberaba como digo en las aguas del río Ayuda en su descenso por el cañón de Sáseta.   Obviando los desvíos a los barrancos de Lezerana y Ziliquiturri después, llegué hasta el molino de este pueblo alavés, casi en la raya con el Condado de Treviño. Allí me detuve un rato e imaginé cómo pudo desenvolverse la vida diaria de estos pueblos décadas atrás, incluso siglos. La cotidaneidad de los trabajos guiados por el transcurso de las estaciones, marcadas a su vez por los compases de la Naturaleza en su devenir,me dieron unas pistas sobre las que construí después un relato imaginario que bien pudiera aproximarse a la realidad.El paisaje y los mueblajes humanos que lo integran son el escenario o el atrezo al que únicamente le faltan sus personajes pero que bien los podemos rehabilitar y emplazarlos nuevamente representando una escena cualquiera de sus vidas pasadas. Seguí más adelante, y llegado a un discreto puente de madera que vadea el curso del río, giré a la izquierda siguiendo el curso de otro arroyo tributario: el Arangacha. Aquí se abre pues otro curioso barranco, el del Urrola,más prieto y sombrío que el del Ayuda,cuyo cauce será la guía que me llevaría hasta su cabecera prácticamente.Por sus márgenes pude ver un elenco de especies forestales muy interesante,entre los que destacaría los grandes tejos que a trechos se erigen entre hayas y robles.Muchos de ellos fueran centenarios seguramente.
Salí del arroyo y de la magnánima presencia de los tejos y busqué el paraje de "Los Aguaduchos", muy cerca del límite territorial.Para ello busqué antes la cabecera del Urrola y lo vadeé por donde pude.Unos metros más arriba, entre los mugidos de las vacas que descansaban entre el boscaje, el hayedo comenzaba a ser la nota dominante.Entre claros, allí donde el bosque se deshacía, árboles dispersos de anchas copas cobijaban a los helechos.Estaba ya cerca del paraje conocido de "Haya Alta" desde donde se puede vislumbrar una gran parte del condado y los agudos perfiles pétreos de Cantabria y Toloño.

A caballo entre los barrancos de Urrola al sur y Ziliquiturri al norte, seguía el cordal hasta toparme de bruces con un camino que sube desde Sáseta, coincidente con una barrera metálica que si la franqueara, me llevara  de rondón a la cima de Capilduy. Rehusé franquearla porque este monte no figuraba aquella mañana en mi propósito del día.Así que giré a la izquierda y me dirigí hacía la discretísima cima de Buchisolo, coronada por un buzón montañero colocado por el club de montaña "Bardulia",un sencillo "casetín" de cinc cuyos reflejos proporcionados por los rayos del sol puede ser un buen reclamo para encontrarlo entre la tupida maraña de espinos y brezos.
Tras alcanzar la cima, comencé el descenso hasta el pueblo nuevamente.Busqué la embocadura al barranco de Ziliquiturri/Zilikiturri conocido como "El Bocarón", una especie de fauce por la que a su través uno se encuentra casi ,como de milagro,en un espléndido hayal sostenido por luengos fustes de hayas que sostienen cúpulas verdes yuxtapuestas que todo lo cubren. Regocijado, acogido por estos árboles tan selváticos como fenomenales, busqué el arroyo del que no me separé hasta la meta en la fuente del pueblo de Oquina. A mi paso, casi llegando al pueblo, una estela con una cruz grabada que nos recuerda un terrible accidente mortal, un funesto acontecimiento que se saldó con la muerte de un pastor por la mano de otro.Los cantiles que dan forma  al acantilado van tomando relevancia a medida que descendemos y la desigual altitud que se origina les dota aún de mayor significación y relieve a medida que a nosotros nos empequeñece.Entonces la dureza berroqueña de los paredones se traspone al manierismo siempreverde, elástico y risueño de los bosques.
Llego al pueblo, he dejado atrás los riscos de Chaburo que me llevarían a la Peña del Silo en cuyas profundidades pueda que duerma vestida aún aquella mujer cuyas sortijas aparecieron un día en la fuente de Okina. No pude resistirme después a visitar su iglesia.Aunque cerrada a cal y canto, pude admirar la bella y  recoleta portada románica.El arco ligeramente apuntado me indica que quizás se trate de un románico tardío.Motivos de caza,algún grifo y una bella dama con barbuquejo en los capiteles.


El río Ayuda

Cauce rocoso del río Arangatxa.
Los umbrosos tejos dan paso a encinas y quejigos en las aristas de los barrancos.



La rusticidad de los robles quejigos es sorprendente. 

Cerca ya del camino que me llevaría hacia Butxisolo.

Buzón cimero instalado por el Club de Montaña Bardulia.

Una bonita encina cerca del barranco de Ziliquiturri. 

Hayedo de "El Bocarón"

Arroyo de Ziliquiturri.

Estela que recuerda aquel funesto episodio junto al camino.

Flora ripícola.

Txaburo

Motivos de la portada de la Asunción de Nuestra Señora en Okina.

sábado, 31 de marzo de 2018

A caballo entre Badaya y Arrato

Me ha dado la gana de dedicar un par de sábados a este bello espacio natural alavés.Hay que pensar que todo es producto de su especial ubicación dentro de la geografía del territorio y de sus especiales características en cuánto a su litología y climatología.La ecuación resultante es un bello espacio natural dominado por el carrascal y todo ese elenco particular y muy ligado a él como son los enebros y los madroños.La piedra está a flor de piel y ello da lugar a espacios desnudos, casi lunares, desprovistos, imposibles para la flora.En conjunto, la hegemonía es del encinar pero en algunos lugares existen espacios reservados al pinar de Pino Silvestre, localizados en umbrías y en los fondos de los sucesivos barrancos que salpican este genuino e intrincado laberinto orográfico. Valles hondos pero accesibles como el de Oca o el de Zarandona son vigilados por los vértices de Unda y Armikelo como enormes proas pétreas.Es un espacio además casi de transición, de comunicación entre la fértil y agraria llanada alavesa y ese otro valle alavés de mayor vocación oceánica y minifundista como es el de Zuia.
Desde el Mojón de Arrato pero sobre todo desde la cumbre de Armikelo,se pueden contemplar algunos de sus pueblos como Domaiquia, Murguía o Vitoriano.
No pude pasar por el alto tampoco sus pueblos, una orla de pueblos satélites en torno a esta sierra única en el contexto alavés, puesto que es la única que se dispone de norte a sur.Todas las demás se disponen transversalmente.

FOTOGRAFÍAS

Primera.-Como podéis observar, los paisajes son de una enorme belleza y originalidad. En el invierno, mientras gran parte de los bosques de la cordillera cantábrica están desprovistos de hoja, los encinares representan los únicos espacios de bosques de hoja perenne, por lo que salvan esa habitual discontinuidad entre estaciones que establecen bosques típicamente caducifolios.Encinas,madroños y labiérnagos parecían agolparse para salir en la foto.





Segunda.-Cuando visité este lugar, durante el mes de marzo, ocurrentes borrascas azotaron una y otra vez la provincia. Salía el sol pero pronto volvía a ocultarse entre las nubes.En mis ascensiones, no desprovistas de improvisación, pude disfrutar de maravillosas escenas.Pero, como os digo,la lluvia y las nubes lo aguaban todo rápidamente.Los regatos afloraban por todas partes,las laderas de roca eran toboganes de agua que se apropiaban de los senderos, anegándolos súbitamente durante unas pocas horas.
Pequeños corros de nieve aún permanecía unos días después, incluso en los días soleados.Pero como os digo, las nubes entreveraban el cielo, ocultaban el sol y el frío se aliaba nuevamente con el paisaje.


 
Tercera.-Los madroños son protagonistas inexcusables.Van a remolque de las encinas.Nunca dudan en medrar allí donde las encinas les dejen.Una tala o un incendio son rápidamente aprovechadas por estos maravillosos pajes de relevante valor ecológico.




Cuarta.- Grandes encinas se puede observar todavía.Son fósiles de épocas pasadas, testigos de otras culturas no excesivamente antiguas.Ellas han visto pasar junto a ellas una cultura ya desaparecida.Carros, bueyes y leñadores aprovechaban la madera que les daban estos montes comunales como recursos necesarios para su subsistencia.




Quinta.- Un ambiente gris que combinaba bien con el terreno casi exclusivamente calizo de las peñas.Se perfila toda la sierra que remata el Mojón de Arrato. Al otro lado, las peñas de Oro ya en el fronterizo valle de Zuya.



En ocasiones el paisaje transmitía un sentimiento de desazón.Las piedras sueltas y como arrumbadas por una enorme catástrofe natural acontecida miles de años atrás.Un árbol arrancado de cuajo y una cabra acentúan un punto de desolación y soledad. Se observan las cuantiosas hozaduras de los jabalíes que por estos lugares campean a sus anchas.


Sexta.- Uno de los momentos más emocionantes fue cuando a mi derecha se descorría este impresionante panorama a medida que recorría el cordal que me llevara a Armikelo. Líneas de vegetación perfilaban la sierra condicionadas por transversales afloramientos rocosos. La Llanera era el contrapunto al vértice occidental del Arrato.
Más tarde pude comprobar que una familia de cabras con pequeño cabritillo vivían allí solas en los cantiles,en la más cruda intemperie.


Séptima.- Cuando llegué a la cima de Unda, tras recorrer un estrecho y umbrío valle,el de Las Loberas, el bosque daba lugar a laderas desnudas, muy venteadas y expuestas a los rigores del clima.Pegadas al terreno con una contumacia férrea, las carrascas lograban hacerse paso a duras penas allí donde otras especies no les es posible sobrevivir debido a esa hostilidad tan manifiesta.





Última.- Un lejano adiós.Un cercano recuerdo.



sábado, 6 de enero de 2018

Por los derroteros de Legaire

Han pasado ya unos días,-casi una semana-,de una salida que me llevó hasta los montes parzoneros de Encía,más concretamente a Legaire y todos esos montes que circundan este altiplano. Ahora manan,como las fuentes y regatas de aquellos preciosos parajes,recuerdos muy evocativos que envuelven aquella excursión tan vívida aún, como digo, puesto que me llevó o me deparó un buen susto dado que llegué a extraviarme en pleno bosque. Salí del coche y tras calzarme las botas,echarme la mochila a la espalda y enristrar la cámara de fotos, tomé un camino a la derecha, jalonado por un pinar de pinos laricios entreverados con algún que otro pino silvestre. Pronto, como casi siempre sucede, me anegaron las dudas porque el camino que me llevaría a la fuente de Iturbaz se aventuraba difícil dado el terreno tan agreste, salvaje, y que se me antojaba además hostil y realmente inhóspito.Pronto advertí las consejas de quién parecía un experto por soberano montañero y que no debí subestimar."Si quieres te acompaño hasta la fuente de Iturbaz. Es fácil perderte si no conoces bien este lugar porque apenas hay un camino señalizado". Era verdaderamente cierto todo aquello. Miré hacia atrás.No había nadie alrededor.Todo era un silencio grande, apenas rasgado sutilmente por los graznidos de dos o tres chovas meteóricas que cruzaban el cielo parcialmente anubarrado y que dejaba entrever escasos rayos de sol. Pronto apareció una persona que paseaba dos enormes perros y se ofreció a llevarme hasta la fuente de Iturbaz. A la vera de unos tubos, llegamos a la fuente.El agua brotaba y fluía en cantidad y llegaba a luz desde las entrañas fría y límpida, sumándose a una regata que desembocaría más tarde en la laguna del mismo nombre. Me despedí de este paseante y retomé el camino que me había indicado hasta la cima del Bayo. Pero al poco, un camino viraba a la derecha,lo que me indujo a pensar que debía obedecerlo. Tras un breve e intenso tramo ascendente que me iban indicando varios círculos dibujados en los fustes de las hayas, llegué a un buzón por el que supe que me hallaba en la cima de Lazkueta. Reconfortado de algún modo aunque algo desconcertado, pensé que tomar el camino de vuelta no iba a ser fácil puesto que el regreso apenas estaba señalizado. Decidí continuar la marcha.Estaba en un terreno absolutamente desconocido.Era como adentrarme en un lago profundo.Ya mis pies no tocaban fondo.Pronto reaparecieron aquellos círculos rojos y decidí seguirlos.Aquello no disipaba las dudas porque no sabía adónde me dirigían.Eran solamente la única certeza de un rastro inequívocamente humano y por tanto, llevado por el instinto, las seguí a ojos tapados. Tras una media hora larga de travesía volví a perder las señales.El terreno se antojaba más abrupto por lo pedregoso.Ya en un entorno cárstico,el musgo envolvía las rocas pareciéndose a las rocas varadas en las bahías salobres de las desembocaduras de los ríos que van a dar al mar. Retomé las señales nuevamente.El camino era tortuoso, laberíntico y resultaba lacerante, como si alguien estuviera riéndose de mi destino, como si una cinta transportadora se deslizara bajo mis pies y los hiciera inviables a mi voluntad.Llegué a un camino muy marcado.Pasos y huellas sobre trechos nevados y copados por la nieve ya convertida en un hielo duro pero resbaladizo. Finalmente, salí a campo traviesa dejando atrás los tornasoles de la nieve, los claroscuros del bosque y de mi travesía tan funesta. Estaba, sin yo saberlo, en las rasas de Legaire. Olvido comentaros que en el transcurso de aquella travesía fue cuando decidí echar mano del móvil, rendido ante la evidencia de mi extravío que tomaba ya fuerza real y había dejado de ser un simple esbozo apenas abandonada la cima de Lazkueta. Pero allí el móvil era un simple juguete porque la ausencia total de cobertura era una realidad que la tornaba, ahora ya sin un posible socorro, ciertamente dramática.Barajé varias direcciones a falta de una brújula que me hubiera servido de una gran ayuda. De repente, ví a una deportista practicando trekking acompañada por un perro.Le grité y me oyó a pesar de la distancia.Lo primero que hizo fue atar el perro porque, como me aseguró después, temía que albergara alguna especie de miedo atávico hacia ellos. Le expliqué de donde venía y adonde quería dirigirme.La cruz de Mirutegui estaba frente a nosotros, apenas divisable en la distancia. Me reconfortó mucho este encuentro y calmó mi miedo y la ansiedad acumulada.Vadeé el arroyo de Legaire y sin más preámbulos, emprendí mi particular "larga marcha" hacia la cruz de Mirutegui, erigida allá a lo lejos y transformada en el final de mi odisea. Una vez allí arriba, tras pasar junto a túmulos y dólmenes de antiquísimos grupos humanos que dejaron allí sus vestigios casi prehistóricos y rebasado el portillo de Atau, los afilados picos de las sierra de Aratz y Aizkorri escenificaban enormes y gigantescos paredones nevados en sus partes más altas y arriscadas. Luego, sin tiempo que perder, alcancé la subsiguiente cima, Bayo, siguiendo un ge erre del que no me separaría hasta llegar al punto de destino. Siguiendo este sendero y recorriendo el cordal, descendí después el puerto de Vicuña, al que se unía un camino que ascendía desde el pueblo de San Millán. Al pie de los cantiles, llegué a Peñarroja, y tras pasar varios portillos e hitos, descendí nuevamente a las campas de Legaire. 
Os debo decir que es un paraje precioso que merece la pena visitarse y respetarse. 

Ahí van unas fotografías como testimonio de este día accidentado pero que quedará imborrable en mi memoria.Volveré y ya puedo decir eso de "yo estuve aquí".





La aventura comenzaba...

Fuente de Iturbaz. 

Bucólico y ensoñado paisaje en Lazkueta (1.123 mts.)

Vadeando la regata de Legaire. Me recordaba a los anegados campos centroeuropeos.

Los viejos robles jalonaban el curso de agua como notarios del tiempo

Portillo de Atau

Mirutegui (1.167 mts.)

Un viento endiablado aquella mañana. Arriesgando hacia Ballo (1.197 mts.)

Enfilando la bajada hacia el puerto de Bikuña.

Los troncos apilados me dijeron que todo había ido bien.










miércoles, 12 de octubre de 2016

El zarcero de Las Neveras

Escribo estas pocas líneas pasados ya unos meses desde que realicé esta pequeña excursión por los alrededores de Vitoria-Gasteiz ¡Qué lejana ya aquella mañana de junio! Los rayos de sol eran aún tibios pero comenzaban a ser calurosos...Todavía quedaban jornadas de lluvia, de días frescos...¡Quién lo iba a decir! Es que desde entonces por aquí no asomaron las nubes, hicieron sus maletas desde entonces y que ni gota...Hoy,doce de octubre, parece que regresan del exilio, pródigas,venidas desde no sé qué escondites u oscuros arcanos y por eso los ríos están casi moribundos, sus caudales están exangües, los cantos de los lechos están secos...

Expongo unas fotografías de algunas aves que hice aquel día.Crucé el barrio de Salburúa, y desde Arcayate subí al cerro de Las Neveras, surcado ahora por paseos y sendas recién restauradas, entre campos de cereales y desde dónde se divisa una bonita muestra de la campiña alavesa con el cerro de Estíbaliz a lo lejos, entre campanas que tañía algún sacristán o soror de algún pueblo cercano.

En primer lugar, se trata de un ave que nos visita en los meses estivales.Llega,canta de manera desgañitada, se empareja y se va por donde vino, es decir, al África Occidental, hacia el sur sahariano.Parece mentira.Se trata del zarcero políglota. Su epíteto se debe a que imita las voces y cantos de otras aves.Es una cháchara rápida,ininterrumpida,un poco áspera.Repite frecuentemente el reclamo del gorrión común. Canta siempre desde lo alto de un matorral o arbusto, también desde algún arbolillo de poca altura y rodeado de zarzas.Los necesita para esconder su nido,donde lo dispone sobre la horquilla de un arbusto,muy oculto y prácticamente inaccesible para los depredadores.Los tapiza de pelos y de plumas para acomodar de tres a cinco huevecillos rosados. A su vez, combina este hábitat con espacios abiertos, de ahí que viva en los linderos de los bosques o en setos. Su plumaje es amarillo muy pálido con algunas zonas de un color oliváceo. Se alimenta sobre todo de pequeños invertebrados pero no desdeña los tan ansiados frutillos del otoño antes del comienzo de sus esforzadas migraciones.
Durante el canto adquiere una postura de hostilidad, un poco retadora,contorsionándose sobre la rama desde la que canta,en una clara actitud de desafío mientras las plumas de su cabeza se encrespan.Parece un claro signo de advertencia hacia todo aquel que se le acerca. Esto le hace muy característico en el campo.





Aquel día esta curruca fue la protagonista, pero hubo otras que ornamentaron aquel paseo. Fueron la alondra común, esta ave cerealista que anida entre campos baldíos y de cereal, que se encumbra a lo alto del cielo de primavera para colgar desde allí sus trinos aflautados, muy melódicos. Luego, al cabo de unos minutos se descuelga en picado, sin casi batir sus alas, hasta posarse en el suelo y a salvo de nuestras miradas atónitas. La creciente urbanización del campo asedia a esta ave de espacios abiertos, y no desprecia frecuentar las aceras de paseos amplios y ajardinados donde encuentra alimento. Observad que las plumas de la cabeza se erizan cuando se siente excitada. El plumaje es marrón, del color de la tierra.



Otro pájaro frecuente en los linderos de las ciudades y también de las áreas ajardinadas es el pardillo común. Pertenece a la misma familia del jilguero o del pinzón. Es por lo tanto una fringílida. Los fringílidos son una familia de aves que se caracterizan por alimentarse principalmente de semillas.Para ello necesitan de un pico fuerte y romo, en algunas ocasiones afilado como el de los jilgueros para conseguir desmenuzar las semillas y poder digerirlas. Tienen un canto melodioso, apenas son migradoras aunque las olas de frío les obliguen a desplazarse a lugares a veces muy alejados de sus lugares naturales.Lo pude ver posado sobre la rama de un roble pero pronto alzó el vuelo, instante que retraté.






sábado, 19 de marzo de 2016

Afanes

Son ya varias y numerosas las excursiones (¿o incursiones?) que he venido realizando desde hace algo más de dos años, quizás no tanto. He contado con el apoyo de algunas publicaciones que esporádicamente editan algunas editoriales locales.Son mayormente guías de montaña que han sido una suerte de lazarillos en más de un momento en mis ocasionales visitas a los montes  de mi provincia.Una vez más los libros. Me persiguen más allá de esas bibliotecas y librerías que suelo visitar con alguna frecuencia. De este modo, sin quererlo, se yuxtaponen en un encuentro casual mis aficiones más destacadas: libros y Naturaleza.Y es que los libros más allá de servirnos como libros de cabecera o manuales de consulta que nos sacan del atolladero de la duda o de la ignorancia nos sirven para más cosas. Para ello, en una suerte de apadrinamiento "ad hoc" debemos dejarnos llevar por ellos y así nos llevan de la mano del mismo modo que nuestros padres nos conducían agarrados de sus manos cuando eramos niños; los libros son estos tutores de papel que nos llevan también de la mano y nos conducen por el sendero, siempre sembrado de dudas e incertidumbres, de risas y lágrimas, de alegrías y asperezas que representa la vida.Un libro es también una especie de bitácora que nos imanta y entonces, desconocedores de todo lo que es alrededor, nos arroja y precipita al mundo, como los protagonistas de una novela en busca de su autor (Pirandello) o al menos, de un espectador que nos consuele o nos escuche a ratos.

Creo que la geografía también se aprende pateándola,pisándola. Uno, mientras camina, es sublimado por el paisaje, por ese mosaico lejano,distante y siempre epilogal que constituye un retrato, el que sea, de nuestro país.Si fuera político, si yo ocupara un escaño en el Congreso pediría un ministerio dedicado enteramente al paisaje, a la geografía natural, al espejo nuestro. Porque el paisaje es una  voz inaudible pero que habla, que medita, que alienta, que posibilita que el ciudadano contemple, medite, converse de algún modo consigo mismo. El paisaje vuelca sobre nosotros sus objetos, no solo naturales, sin también humanos y culturales y constituyen un código, un mensaje, una evocadora reminiscencia de lo que somos y una prometedora proyección de lo que seremos.

Si salís al monte, olvidaros de las cimas.Las cimas son únicamente la confirmación plausible de que acertasteis en el itinerario y una cierta validación de vuestras capacidades orientadoras. Las cimas son la culminación de un esfuerzo únicamente dirigido a culminar exitosamente vuestro paseo convertido en una especie de conquista dislocada y distraída del entorno, algo que la sume en una expedición llena de artificios.Si además una vez en lo más alto, añadís una fotografía que atestigue vuestro éxito y corrobore de paso vuestras capacidades orientativas para seguidamente compartirla con vuestros amigos que desde los somnolientos sofás de sus hogares o desde las relumbrosas terrazas de las plazas os observan y os congratulan, el esfuerzo quizá haya valido la pena.Pero el camino que nos lleva a la meta es una sucesión de conquistas que la curiosidad desbroza, traduce subjetivamente e interpreta de mil modos de manera que cualquiera de ellas es válida y acertada para cada uno de nosotros.Esta es la verdadera e inequívoca conquista nuestra y específicamente humana además.Y entonces la cima no será más que un triste y fastidioso final a tantas enseñanzas que la Naturaleza nos revela.


domingo, 4 de octubre de 2015

Travesía de Madrid

He paseado por sus calles, por sus anchas avenidas comerciales, por sus raudas circunvalaciones, por sus costanillas por los que aún se oyen los portazos, las maderas de las ventanas que se abren al comenzar el día desde una pequeña habitación o desde una lejana buhardilla en lo más alto de un edificio. ¿Dónde queda este Madrid tan castizo, tan verosímil aún para la memoria de los que tuvieron la fortuna (o la desgracia) de vivirla? Digo desgracia porque para los que hemos leído alguna novela de aquel tiempo de silencio posterior a la contienda cruenta e incivil, y pongo por ejemplo a Arturo Barea, Luis Martín Santos o a algunos historiadores de este capítulo horrendo, nefasto,fastidiosamente luctuoso y triste, aquellos años tuvieron que ser realmente duros. No quiero entonces pensar en las gentes que lo vivieron, cuyas entrañas pergeñaron lágrimas de dolor y de duelo por tantas muertes de amigos y familiares. Para mí, exento de todo aquello, pero que, como digo,uncido de alguna manera mediante estas lecturas que he señalado líneas más arriba, me estremecen y me asolan. Bueno, pues como digo, mirar al cielo de Madrid, elevar la mirada al cielo tan maravilloso, tan altivo, tan llamativamente azul, me traía a la mente siluetas de aviones que cruzaban Madrid por aquellos años e imaginaba a las palomas reconvertidas en pájaros de hierro oscuros y amenazantes. Siento comenzar así, de este modo, esta página dedicada a Madrid.Porque Madrid es intrigante. En esa orgía de tráfico y de gentes, de plazas y calles, de snobs y de mendigos, se esconde un sinfín o abanico de imágenes sugerentes, de realidades escondidas y nada aparentes. Están ahí para quién sepa indagarlas, desentrañarlas, descubrirlas y sacarlas a la luz para entresacar respuestas a cada pregunta que te hagas. Ello supone un recetario para la vida.

Feria del libro en Paseo de Recoletos


Gran Vía


Libros al cubo, en la calle del Arenal

Las meninas de Velázquez, en el Prado

Pío Baroja, en la Cuesta de Moyano

Soy un caballero, de corazón lo digo...

Singular edificio en la Avda,América de Saénz de Oiza


Pero existe otro Madrid más cercano  y que a mi me resulta más familiar por situarse cronológicamente en la naciente Democracia. Intuyo aquella Madrid de la transición que yo adivinaba mediante las consabidas y clásicas fotografías de los libros de texto de la E.G.B y me llegan a la memoria aquellas en las que por ejemplo,aparece Suárez sentado en su escaño de las Cortes, o una fotografía de votantes en un colegio electoral recién estrenada la democracia. Adivino aquel Madrid nuevo, deseoso de desprenderse de las ligaduras del tardofranquismo, de los nuevos políticos y de los nuevos partidos. Son los años de Tierno Galván que a mi también se me antojan entrañables. España se enfrentaba a nuevos retos y nuevas tareas por cumplir. Quedaban atrás años de férrea ortodoxia y testigos de aquello son todavía los edificios administrativos tan corpulentos como grises que aún hoy colonizan gran parte de las vías madrileñas.
Incluyo algunas fotografías de mi paso por Madrid y que espero que os gusten y os aclaren un poco más mi forma de verlo. ¡Madrid!


El Palacio Real de Madrid

Una familia de gorriones molineros había instalado su nido de ramitas secas en una farola

Un jovenzuelo de paloma torcaz me observaba desde la rama de un castaño de Indias en el Campo del Moro

Me gusta el contraste del verdor de sus copas con el cielo límpido  y azul de Castilla

Las cotorras argentinas colonizan los parques y abrevan en los estanques y las fuentes, como en esta del Campo del Moro

En Sol

Yo quisiera que fuéramos todos discípulos suyos

En el Retiro, cercana al Paseo de Coches, se encuentra esta escultura de Victorio Macho que recuerda a Benito Pérez Galdós



Un gorrión común en una calle cualquiera de Madrid
Adiós Madrid.Adiós Sol.