domingo, 9 de agosto de 2015

Labraza

"La ciudad apareció a lo lejos,con su caserío agrupado en la falda de una colina,destacándose en el cielo,con color amarillento,con traza humilde y triste; algunas torres altas y negruzcas se perfilaban enhiestas en la masa parda de sus tejados torcidos y roñosos.
Fui acercándome a Labraz por una carretera empinadísima, llena de pedruscos,que subía primero y bajaba después el recinto amurallado de la población,los restos de baluartes que aún se conservaban en pie,las antiguas fortificaciones  derruidas que iban subiendo y bajando por los desniveles de las lomas,por los riscos y barrancos que circundaban la ciudad." Así es como Pío Baroja nos introduce en su novela "El mayorazgo de Labraz". Una novela romántica que se desarrolla en esta villa amurallada a los pies de la sierra de Cantabria. Labraza es un pueblo muy antiguo, con mucha historia detrás de sus murallas y de su alcázar. Labraza obtuvo el Fuero allá por 1196, hace ya más de ocho siglos y perteneció al Reino de Navarra hasta el siglo XV y fue de los últimos pueblos que se incorporaron a la belicosa Castilla junto con Laguardia y Bernedo. Fueron caballeros de la Orden de Calatrava, bajo la capitanía de Pedro Girón,quiénes consiguieron incorporarla a Castilla. Estos pueblos, además de Vitoria, formaron una "limes" o línea fronteriza entre ambos reinos rivales. Los reyes concedieron a Labraza privilegios y tratos favorables a sus moradores por ser un lugar estratégico y defensivo, no solo ante los veleidosos castellanos sino también ante las esporádicas incursiones de los musulmanes.
Labraza es actualmente una villa silenciosa y solitaria, venteadas sus calles por el cierzo que se cuela por sus callejas angostas y quebradas,remansándose solamente en sus múltiples patizuelos sombríos que sirven para que sus habitantes, duerman la siesta o descansen de los quehaceres diarios durante las tardes del estío.
Los portales de las casas se hallan muchos de ellos adintelados, a veces describiendo ojivas en cuyos vértices se hallan grabados en la piedra el escudo nobiliario que atestigua que allí vivió durante largo tiempo algún viejo y adusto hidalgo. Los muros de las casas a base de sillares unas veces, de mampostería otras, se hallan ennegrecidos por el humo de algún pavoroso incendio que asolaría la villa siglos atrás. Otras casas, asoladas por la ruina, con las vigas grisáceas retorcidas y apenas sujetando los tablamentos de los tejados dejan introducirse la luz en el atardecer y entonces, la luz refulge en el interior de las habitaciones y en el resto de las dependencias en lo que parece una enorme fragua que resplandece en mitad de las calles sombrías.
Me siento un rato frente a la entrada que se encuentra al Mediodía y pienso en los personajes que hubieron transitar bajo aquellas arcadas: talabarteros, buhoneros, guarnicioneros, limosneros... Imagino también a los ciegos acompañados de su guitarra, con un lazarillo caminando junto a él,cantando alguna copla o recitando algún viejo romance.Un vecino se acerca y hablamos un rato y él me cuenta algunos datos curiosos, como que las campanas de la iglesia eran de tan buena calidad que en los días de viento propicio se escuchaban en Zaragoza, "yo lo había oído a mi difunto abuelo". La tarde avanzaba.El sol iluminaba las murallas de piedra, tiñendo los sillares de un color anaranjado, todo adquiría un aire vagamente crepuscular, amansado, soñoliento. La sierra de la Demanda se ennegrecía con la venida de la noche.Por el norte, la sierra de Cantabria cerraba el horizonte de nácar y en el cielo Júpiter comenzaba a brillar sobre los viejos tejados de la Villa barojiana.


Este crucero, rematado por unas palabras que según me dicen, su significado no ha sido aún desvelado ni desentrañado por los filólogos, recuerda el asesinato de un clérigo que tuvo lugar en ese lugar hace ya mucho tiempo.

Restos de un matacán nos revela el carácter defensivo de la Villa de Labraza.En contraste, una prenda cuelga de unas cuerdas junto a la ventana de una vivienda en una imagen que nos habla del carácter pacífico y nada combativo de sus gentes.

Arcos de diferentes estilos, quizá testigos de épocas distintas pero que nos hablan de la rigidez de su estructura social y política.

Iglesia barroca de San Miguel y de San Roque

Un caño de piedra que alimenta la "fuente del Moro" situada extramuros de la Villa