domingo, 17 de noviembre de 2013

La redención de los locos

La profusión en el empleo de especies ornamentales de árboles procedentes de lugares y climas diversos, prácticamente de todos los lugares del planeta decoran aún más si cabe el otoño.Son el resultado de los gustos y preferencias botánicas de los propietarios de estas ciudades jardín, en cuyas parcelas se adivinan montones de plantas diferentes de texturas variadas y desiguales. Interpreto en esta fotografía el producto de la cultura contemporánea de ciertos estratos sociales, apegados en muchos casos a las modas o corrientes preponderantes. Ahora es el turno de lo exclusivo, de la apetencia por la exclusividad también en el empleo de especies exóticas.Todo ello desentraña un paisaje multicolor y casi paranoide. En contraste, las adustas coníferas—cedro y abeto— plantadas mucho tiempo atrás por sus dimensiones tremendas ofrecen el contrapunto junto con el cielo gris del otoño invernizo.
Atrás quedaron los morales que asomarían por encima de los tapiales conventuales o los tilos de los manicomios por su presunta acción sedante sobre los residentes, o los magnolios de los jardines de los indianos. También en la sociedad decimonónica del XIX este paroxismo en la plantación de especies de otras latitudes también se debiera a una presuntuosa intencionalidad diferenciadora por parte de las clases altas. 
Eran especies de plantas importadas muchas de ellas desde Holanda e Inglaterra. El afán comercializador de los holandeses y la posesión de sus colonias repartidas por el Pacífico alentaron la importación de plantas desde aquellas latitudes hasta la vieja Europa.También, durante el siglo de la Ilustración, la Sociedad Bascongada fue partícipe en más de una ocasión de la traída de plantas desde la isla de Cuba para su posterior plantación en algunos lugares de la península. Causarían pues, sorpresa y admiración, también en Vitoria. Nada ha cambiado, o apenas. 
La adustez de las coníferas ofrecen el contrapunto 
Más tarde, ya en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado se derribarían los muros, se derrocarían las antiguas tapias que delimitarían mundos diferentes; el castrense y el civil, el religioso y el secular, el muro estamental que dilucidaba una clase social de la subsiguiente. Esta aparente demolición democratizadora, de igualación social, era eso, aparente. A la vista quedaron entonces las hortelanías y huertas, en algunos casos reconvertidas en patios patibularios — de ese otro gran patíbulo que fue la guerra civil— como lo fue el huerto trasero del Convento de los Carmelitas Descalzos, iglesia del Carmen.
Pero al otro lado de los muros se desarrollaría otro régimen de vida en torno a unas normas específicas,rígidas, tal y como fuera la sociedad apenas cuarenta años atrás. Yo imagino, cuando paseo por los antiguos jardines del antiguo hospicio de Nuestra Señora de Las Nieves, ese mundo sórdido, silencioso, inmutable por el paso de las décadas, al margen del mundo y de la ciudad soñolienta. Los árboles, muchos de ellos frutales, marcarían cada estación, único vínculo con la vida —la Naturaleza— para los alienados, enfermos y locos de entonces y quizás, con la esperanza de lo venidero y de lo redentor futurible. La profusa floración de los frutales atestiguaría la llamada cálida de la primavera, todavía fría en Vitoria, y la lógica secuenciadora de las estaciones, primavera, vera, otoño, invierno,en mitad de la incomprensibilidad de los otros,de los de este lado del muro.
"La caridad" es una vidriera instalada a modo de lucernario en el vestíbulo del actual aulario de Las Nieves construida en los talleres bordeleses de G.P Dagrant


lunes, 11 de noviembre de 2013

Los cedros alucinados

Cuando la naturaleza titubea y teje su nido para pasar el invierno, cuando ya en los preámbulos del invierno la naturaleza mece a los árboles y a la vida en general en un estado de vagancia o de inactividad, existen otros árboles que, al margen de la mayoría, en una emulación discordante e inequívocamente contraria al curso de los días de nuestros parques y jardines, toman la iniciativa y como devorados por su particular arrobo o quizás escuchando las letanías de sus congéneres del Atlas marroquí, de las cordilleras de Áures, de Yebala, de Yebel Mesker, hacen del otoño europeo una excepcional parada nupcial africana.


No creas en lo que ves
porque lo que ves es fácil
que lo estés viendo al revés

Son los cedros. Son árboles abanderados de los parques vitorianos y de tantas y tantas ciudades españolas. Quizás nuestra cercanía a Marruecos, quizás nuestra mediterraneidad posibiliten un desarrollo adecuado en nuestro país aunque ya han sido plantados en los parques y jardines de todo el mundo. Sin ir más lejos,es una especie muy plantada en Madrid y nos hacen recordar,los cedros, que nos encontramos en una ciudad a orillas del mediterráneo.
El cedro es un árbol portentoso,de buenas proporciones. Es una pinácea también, porque tiene piñas. Piñas eréctiles, en forma de tonel o de barrica. Puede alcanzar los cuarenta y cinco metros de altura y alcanzar diámetros en sus troncos de cuatro o cinco metros, en el Atlas.
Podemos identificar el género fácilmente por la disposición de sus hojas en forma de acículas, perennes,reunidas en torno a mechones o hacecillos, y que dan una apariencia de pequeños escobones. En el centro de estas rosetas podemos descubrir las yemas que darán continuidad a los ramillos.
Las flores son unisexuales. Las masculinas nacen en las ramas más bajas y las femeninas se disponen en las ramas más elevadas y, por lo tanto, mejor expuestas a la polinización.
La floración tiene lugar entre los meses de octubre y noviembre. En esta época del año y acercándonos a sus ramas podemos observar su floración sigilosa y sobria aunque siempre fascinadora.
Las flores masculinas.Observad las acículas dispuestas en haces
Una característica muy notable son sus piñas, que como escribí más arriba recuerdan a barricas de vino. Están compuestas por numerosas escamas dispuestas entorno a un eje. En cada una de estas escamas, se dispone un par de semillas o piñoncitos alados que pierden rápidamente su capacidad germinativa una vez que se enrancian. Las piñas maduran a los dos años y pronto comienzan a desarticularse, en especial en los días húmedos, permaneciendo el eje desnudo y todavía visible en las ramas.
Es un árbol estéticamente muy apreciado, de gran nobleza por su tamaño pero también por sus significaciones culturales. En la juventud tienen un porte cónico que recuerda a los abetos aunque cuando maduran adquieren un porte singular y único, con su copa truncada y sus ramas largas ligeramente inclinadas hacia abajo. En ellos se establece una pugna de luces y sombras.
Piña. Se aprecian las escamas
Aún hoy existen cedrales en Marruecos y Argelia. No os los imaginéis en mitad de las dunas ni en los oasis sino en las montañas húmedas y mesetas elevadas con precipitaciones regulares repartidas a lo largo del año. Cuando no forma masas puras, aparece mezclado con nuestras encinas y sabinas ibéricas. No deja de ser emocionante como al otro lado de nuestro continente, en África, existen bosques de estos exóticos árboles compartiendo hábitat con nuestras encinas ibéricas. Quizás una confluencia de influencias dispares, quizás un pacto de intereses por la precariedad de los recursos que obliga a la convivencia en el mismo hábitat a ambas especies.

Escama con engrosamiento en su parte externa
Cedros en el parque de Arriaga en el otoño
























miércoles, 6 de noviembre de 2013

Una crónica de la esperanza

Los cerros de Esquibel y Gomecha 
(Este texto es un esbozo aproximativo a la vegetación de la llanada alavesa. Lo escribí reuniendo unos pocos conocimientos, más o menos acertados, pero sinceros y sin ínfulas de alguna clase. Nada más lejos que acercar, en la medida de lo posible, los árboles a las personas porque son una metáfora de nosotros mismos. Viéndolos, admirándolos, se establecen una serie de lazos inexplicables. Existe un lenguaje hecho de signos, sí, pero que trasciende su significado más allá de lo meramente simbólico. La ciencia podrá buscar explicaciones y respuestas a tantos enigmas aún por desentrañar pero temo que no podrá explicar ni reducir a una mera fórmula matemática, la relación,si es que es eso lo que se establece,entre los hombres y los árboles. En todo caso es una crónica de una esperanza. Y viene a apoyar una visita que realicé junto con un grupo de mayores jubilosos y deseosos de aprender, y de vivir.)


Los antecedentes del parque de Armentia se remontan allá por el año de 1974 cuando la Diputación Foral de Álava realizó las primeras repoblaciones forestales con especies exóticas provenientes, en su mayoría, de Norteamérica. Tuvieron un doble objetivo; por un lado ensayar diferentes especies aún no empleadas en otras explotaciones forestales de la provincia y por otro, la creación de un parque botánico. Cabe de paso, sugerir un paseo por este espacio ubicado en la finca Las Ruines, junto al arroyo de Requera, en uno de los extremos del parque. La variedad de especies y la alternancia de frondosas y coníferas exóticas realza su valor paisajístico fácilmente observable en el otoño desde el cerro de Esquibel.
Posteriormente, ya en 1997, la Diputación firma un convenio con el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz para su gestión. Y un año más tarde, es declarado parque del anillo verde. Consta de 165 hectáreas y compite por su extensión con el parque de Salburua, aunque no le alcanza.
El quejigal de Armentia desde el cerro de Esquibel, en el otoño de 2013
Debemos recordar que la llanada de Álava se sitúa en esa banda climática intermedia entre el clima oceánico y el clima mediterráneo; dos mundos opuestos pero que se dan la mano en nuestra provincia. Esta especial situación es aprovechada para el asentamiento del roble quejigo (Quercus faginea), protagonista no solo del robledal de Armentia sino de otros robledales ubicados en las laderas y cerros de nuestra provincia. Recordemos los quejigales de Cerio, de Araca, de Ariñez, de Júndiz… Una cualidad relevante de este árbol es que sus ramas mantienen las hojas secas durante todo el invierno y no las tiran hasta la primavera siguiente. Quizá por una cuestión de economía, quizá por servir de protección y escudo a las yemas venideras. El roble quejigo se asienta en las laderas medias de los montes; rehúye de las nieblas pertinaces, casi constantes, de las altitudes más altas, reino de los hayas. Por otro lado, este roble escapa también a los niveles inferiores, es decir, a los llanos, donde los suelos son más arcillosos y susceptibles de encharcamientos. Es entonces cuando otro roble, el roble albar (Quercus robur) acomete la oportunidad  y se instala feliz. No renuncia sin embargo tampoco a nuestro clima submediterráneo porque a las condiciones del suelo antes enunciadas, arcillosos y ricos en nutrientes minerales, se le unen las nieblas tan típicas de las jornadas anticiclónicas que suplen o atenúan la sequedad estival. Robles albares podemos observar en la dehesa de Olárizu donde aún se mantienen restos de los robledales que ocuparon gran parte de la llanada. Son lo que se denomina bosques-isla y que en cierta manera lo es también el bosque de Armentia.
En resumen tenemos los tres pisos de vegetación que corresponden a cada una de las especies ya repasadas.
En las alturas, el hayedo. Inmediatamente después el quejigal. Y por último, en los fondos de cubeta de la llanada, el robledal de roble albar.
Hoy en día, la situación ha cambiado bastante. Los nuevos usos del suelo han demolido casi en su totalidad la vegetación y no es ni de asomo la que fuera hace décadas atrás. La vegetación es dinámica y cambiante y se adapta a las nuevas circunstancias.
Pero la especial ubicación del quejigal, a media ladera, le ha salvado en parte de los estragos del tiempo, y del hombre. No solo ha escapado de la construcción de las múltiples infraestructuras humanas (autovías, aeropuerto de Foronda, las nuevos barrios de Zabalgana y Salburua…). Su capacidad para rebrotar de cepa debido a su peculiar sistema radicular, somero y cercano al suelo, le permitió emitir renuevos  y así pudo resistir mejor los embates de la modernidad. Sin embargo sucumbió inexorablemente a los incendios tan devastadores, al pastoreo intensivo y a la talas diezmadoras que arruinaron en parte los quejigales. Tanto es así que en muchos pueblos el quejigo era conocido como “chaparro” o “roble ruin”. Hoy, gracias a un conocimiento creciente y a la creación de reservas naturales como el parque de Armentia, podemos visibilizar  una de las muestras de lo que en origen fueron estos bosques de las laderas de nuestra Álava.

(Estos son los beneficios del bosque de Armentia. Interviene en la regulación del ciclo del agua reduciendo las escorrentías porque aumenta la infiltración del agua en el suelo. También atemperan la temperatura ambiental. Se calcula que en el interior del quejigal la temperatura es 5ºC inferior en el verano. Y por último mejora la calidad del aire que respiramos.
Cuidemos estos valores naturales pero también estos testimonios culturales  escritos en los árboles)












viernes, 1 de noviembre de 2013

Espinos de fuego

Fructificación de un espino de fuego en una isleta de Mendizabala, hábitat  habitual de este arbusto
El espino de fuego es un arbusto muy utilizado ya desde hace tiempo en muchos jardines de Vitoria y de otras ciudades. Su rusticidad y su resistencia a la contaminación del tráfico le han servido para constituirse en uno de los arbustos más saludados. Su porte irregular, sus frutos rojos o anaranjados, muy apretados entre sí, sucumben sin embargo a la poda dada su utilización para setos por su condición de arbusto espinoso. Sus espinas dispuestas a lo largo de sus tallos lo hacen idóneo para esta condición, por lo que constituyen bastiones inexpugnables e inviolentables para proteger huertas o jardines particulares. Es un arbusto que apenas alcanza la altura de un hombre, le gustan los emplazamientos soleados y todo tipo de suelos, siempre que estén bien drenados. Sus hojas son de forma obovada, con el margen ligeramente aserrado e incluso entero en algunos especímenes. Las hojas tienen además apariencia lustrosa, brillante. Sus flores blancas se hallan agrupadas en racimos corimbiformes y destacan en primavera. Pero su interés ornamental estriba en su fructificación abundante en forma de pomos globosos, del tamaño de un guisante y que se mantienen incluso en el invierno. Como dice el botánico Ginés González "llenan con su colorido el gran bache invernal de los jardines".
Es una especie de ámbito mediterráneo, desde Italia se extiende hasta los Balcanes y Grecia. En España se considera autoctóna una pequeña población que se cría en la Garrocha, en Girona.
No pasa además desapercibida para los automovilistas porque tiene una predilección por instalarse -naturalizada-en los márgenes y cunetas de las carreteras no solo próximas a Vitoria, sino de otros muchos lugares.


Ramilla rematada en una espina (espina caulinar) y detalle de sus hojas

lunes, 28 de octubre de 2013

El jardín de Zulueta: Notas de algunas especies de plantas (I)



El jardín de Zulueta es un jardín discreto un poco oculto a los paseantes del paseo vitoriano de la Senda, “el salón”, por el que también se le conocía. Escribo una cita de un vitoriano de entonces, de familia conocidísima en #Vitoria, los Fournier, que dice: "En la Senda, bajo los corpulentos plátanos, se congregaba el señorío, algo apartado del pueblo, formando corros y tertulias y fisgoneando a los novios incipientes".
 Era un lugar propicio para el descanso.
Esta casa perteneció, como digo, a Julián Zulueta y Amondo que emigró a América, más concretamente a Cuba, y tornó rico, a Vitoria. Recibió el título de Marqués de Álava.
En La Habana poseyó grandes extensiones dedicadas al cultivo de la caña de azúcar. Fue un personaje rodeado de mucha controversia dado que se dedicó al comercio de esclavos, transportándolos en grandes barcos desde Cabinda, en la orilla septentrional de Congo.
Las escaleras que arrancan del vestíbulo principal.Al fondo bellas vidrieras con los escudos de la familia.

Los jardines en torno a las viviendas se popularizaron a comienzos del siglo XIX en Inglaterra sobre todo con la construcción de viviendas adosadas para las clases populares. La irrupción no solo de una clase proletaria numerosísima en torno a las ciudades industrializadas sino también de una cuantiosa burguesía que demandaba viviendas enmarcadas en un espacio más natural y humano lo hicieron posible. 
Todos quisieron tener su jardín aunque con percepciones diferentes.
Estos jardines también se popularizaron en Vitoria porque para las clases adineradas contar con elegantes viviendas con un jardín representaba la constatación de un ciertos estatus social. Y económico.
Este jardín del palacio de Zulueta es de estilo romántico o inglés, al contrario que los jardines racionalistas de origen francés. El estilo romántico, del que el vecino parque de la Florida es copartícipe en cierta forma se caracteriza por el predominio de la vegetación sobre el paisaje, de la línea curva sobre la línea recta, del exotismo orientalizante sobre las formas clásicas. ¿Cómo lograr este conjunto, cómo armonizar estas exigencias ayudándose de la vegetación así como del resto de elementos arquitectónicos? Pues en primer lugar partamos de la concepción de la naturaleza para un espíritu romántico, algo atormentado. En primer lugar la naturaleza la concibe como una fuente inagotable de energía que se difunde de manera arrolladora e irracional. Todos los elementos están contenidos de manera aleatoria, sin un orden prefigurado. Todo en la naturaleza obedece a una irracionalidad que incluye al individuo. El individuo se ve pues mediatizado por las fuerzas naturales, el agua, el viento, el aire, el fuego. Las simetrías desaparecen,todo se halla distribuido de una manera antojadiza y caótica imitando a la naturaleza. Para ello juegan un elemento importante los elementos no solo vegetales que integran el conjunto sino también los elementos arquitectónicos u ornamentales. No faltan las fuentes, las cascadas, las pérgolas, los templetes, los estanques. No es raro también que inmersos en un jardín percibamos aunque de manera somera otra época histórica–la Edad Media– nos sintamos transportados a otro marco geográfico —lejano oriente–. Los caminos que lo recorren, al igual que otros jardines del mismo estilo, son sendas sinuosas que de la misma manera que proporcionan una sensación de mayor extensión, invitan al paseante a la sorpresa o a la incertidumbre dado que desconoce qué hay a cada revuelta del camino. En estos jardines este caso es palpable. Además las puertas que dan entrada al palacio se hallan en los extremos, rehusando una entrada principal. Gracias a esta particular ubicación, si accedemos por una de ellas nos encontramos con un bosquete formado por tilos y castaños de Indias y tras unos pasos nos topamos repentinamente con la escalinata de acceso al edificio. Sorpresa e intriga una vez más. Aludí al bosquete. El romanticismo se inspiró mucho en ellos. El bosque como elemento vegetal simboliza, en mi opinión, el entronque de la sensualidad y lo meramente sensorial del Romanticismo con la realidad física que lo sustenta, lo significa, lo vivifica: la tierra.El jardín se convierte así en una sucesión de escenarios e incluso de ambientes cambiantes que se vertebran; el camino recoge la idea de la pusilanimidad del ser humano y  de su vulnerabilidad ante el dramatismo e imprevisibilidad de la naturaleza. Es además la fuente inagotable  de inspiración creativa. Esta idea complementa la idea que de la naturaleza tiene el Romanticismo y que ya comenté más arriba.
Imaginad una noche de invierno. El viento frío, las ramas desnudas y al través de ellas , la luna brilla como un disco de platino.
Los jardines románticos se pusieron de moda a lo largo del siglo XIX con las clases más acomodadas, y también con el retorno de los indianos que retornaron de las antiguas colonias españolas en América, Cuba, Puerto Rico…
Eran una realidad palmaria de su poder económico, de estar también a la moda. No es de extrañar que el espíritu veleidoso de estas gentes convirtiera a sus jardines en escaparates a la vista de los demás o en simples demostraciones de poder y riqueza…

miércoles, 23 de octubre de 2013

Ramón J.Sender y yo

Ramón J.Sender representó para mí otro modo de enfrentarme a la literatura. Si la literatura es ese panorama vasto, enorme, repleto de palabras, imágenes, ideas y reflexiones que prefiguran el modo de entender, no solo la literatura, sino el mundo del que escribe, Ramón J.Sender concursaba de otra manera muy diferente a cómo lo habían hecho los escritores anteriores, mis escritores. Yo ya había probado a los del 98, en buena medida a los precursores de alguna manera, de aquella pléyade de artistas que compartieron época, estética, y temática. Azorín fue el primero de ellos. Luego vino Baroja y después el resto, Valle-Inclán, Maeztu,Unamuno…
Tras este período de lecturas noventayochistas, me remonté a la literatura de posguerra, y conocí mucho a Delibes, Cela, Sánchez Ferlosio. Pero Ramón J.Sender me costó. Algunas de sus novelas me resultaron fáciles, pero otras, la mayoría, se me presentaban ciertamente algo desconcertantes por su densidad narradora en algunos casos, por su complejidad en el tratamiento de la sicología de los personajes y por la cantidad de metáforas, imágenes, y variedad de estilos y formas.
Ramón J.Sender nació en Chalamera de Cinca, un pueblecito de Huesca en 1901 y murió en San Diego, California, en 1982. Tuvo un padre muy autoritario y muy pronto se escapó a Madrid, sin los estudios que iniciaría años más tarde. Fue siempre admirador de personajes algo revolucionarios. Más tarde, en 1923 fue soldado en Marruecos y su estancia en Melilla le hizo recoger noticias de primera mano acerca del desastre de Annual. Gracias a ello escribió dos novelas interesantes “Una hoguera en la noche” e “Imán” esta última escrita después de la guerra en 1930. Es un relato estremecedor, escrito con un gran realismo y veracidad. Se enmarca dentro de una corriente antiimperialista que recorrió Europa por aquellos años dentro de lo que se llamó la literatura de guerra o literatura bélica. Más tarde, escribirá dos novelas basadas en hechos tremendos que acaecieron en dos pueblos españoles y distantes entre sí: “El lugar de un hombre” (1939) y “Viaje a la aldea del crimen” (1934) basadas respectivamente en los crímenes tan luctuosos y aciagos de Cuenca y en los asesinatos por parte de la policía de un grupo de campesinos amotinados transcurrido en 1933.
Pero su novela más conocida es “Réquiem por un campesino español” que primeramente se tituló “Mosén Millán”. Ambientada en la Guerra Civil española, es una novela cruda, llena de un realismo que no cabe en el libro aunque atravesada de imágenes que la contagian de un lirismo profundo y conmovedor. Después vino “Crónica del alba”. Un resumen lleno de anécdotas, de vicisitudes de los primeros años del escritor. Un ejemplo de la emergencia del ser humano al mundo, el descubrimiento de su yo, el despliegue de sus capacidades, su evolución hacia la madurez. Una excepcional obra, extensa, pero amena. De la mano de Pepe Garcés (el autor habla mediante este personaje) nos narra su vida en los primeros años en su Huesca natal.Posteriormente, ya en “ El mancebo y los héroes” transcurrirá en Zaragoza para luego, en “La onza de oro” regresar al pueblo natal de sus abuelos en la montaña oscense. Este libro es una buena oportunidad además para conocer las costumbres ancestrales de los habitantes del Alto Aragón. Él, Garcés, nos narra la vida de sus abuelos y del resto de los habitantes. El campo era el marco en el que sus vidas se desenvolvían y el lugar en el que se entablaban sus luchas por su existencia. No puedo obviar la cantidad de novelas de índole histórica que Sender escribió. Cito a “Carolus Rex”, el intrigante y trágico libro “La aventura equinoccial de Lope de Aguirre” y también “Tres novelas teresianas”.

En resumen, sus novelas se pueden dividir en novelas realistas, en otras que son más bien oníricas, entroncadas con el surrealismo, “El verdugo afable”, “El rey y la reina”. También otras de índole periodística “Imán”, “Mr. Witt en el Cantón” y otras novelas de corte histórico “Carolus Rex” o “Tres novelas teresianas”. Sus años en América le llevaron a escribir novelas y relatos como "Novelas ejemplares de Cíbola" y "Epitalamio del prieto Trinidad". Como dije ya, Ramón J.Sender emigró a USA por contrariedades con el régimen advenedizo y no volvió más a España, a excepción de los últimos años de la década de 1.970 con una becaria suya y que posteriormente editó unas memorias acerca de sus días en España. Él siempre quiso volver a su país aunque su temperamento único, su independencia, no le convencieron finalmente y decidió permanecer al otro lado del Atlántico, donde finalmente murió en 1982. Leí que sus cenizas nadan en el Pacífico como una manera de asegurarse de su permanencia definitiva lejos de España, aunque él siempre confesó su profundo amor por su país. Ramón J.Sender, hasta siempre.

sábado, 19 de octubre de 2013

El quejigo

Un roble quejigo en el alto de Armentia, en la atardecida.
Estoy preparando un nuevo paseo con el centro de mayores del barrio de San Cristóbal en Vitoria-Gasteiz para conocer juntos algunas particularidades del bosque de Armentia, un parque forestal y recreativo que reúne 160 hectáreas de pura naturaleza. En él reside además el bosque primigenio y original que cubrió gran parte de la llanada alavesa. Es el roble quejigo su protagonista, este árbol mitad roble mitad encina tan propio del clima subcantábrico. Atávicamente, desde muy antiguo, fue empleado por el hombre para la obtención de leña y carbón, así que no es sorprendente encontrar árboles trasmochos, que recuerdan a las figuras de unos candelabros. Sus troncos recios, grises, cubiertos de diversas especies de líquenes sustentan sus ramas que antaño fueron amputadas pero que cicatrizaron y dieron una silueta especial a estos árboles. Es un parque desde un punto de vista florístico muy interesante.Alberga a una infinidad de especies de plantas que los acompañan y completan su séquito. No olvido a los mostajos, a los enebros, a las morrioneras, a los endrinos. En cuanto a aquellas plantitas más proclives al pisoteo del excursionista puedo recordar a la pulmonaria, al aro, al iris. También cumple su función recreativa. Existen montones de mesas para poder aprovecharlas y extensas campas en las que poder disfrutar de un día especial, lejos del mundanal ruido, de los claxones, de los estrépitos de la ciudad. ¿Y su papel protector? Nada desdeñable, por cierto, dado que este bosque salvaguarda el suelo protegiéndolo de las escorrentías y de la erosión dado el particular sistema radicular de este árbol.
Un árbol noble.Sí, ciertamente un árbol que ha llegada hasta nuestros días jadeante, exhausto, aunque con los suficientes arrestos como para continuar librando su lucha por su existencia y su supervivencia. Y es que este árbol, noble y tenaz, es un heroico vegetal que prevalece aún entre nosotros. Ha sido vilipendiado, explotado, arrinconado por las exigencias de la vida moderna, por los otros usos del hombre moderno que demanda nuevos espacios, cada vez más, para el mantenimiento de la industria, de los servicios, de las viviendas.
El quejigo, rebollo o gacico también en Álava es un roble de mediana estatura. Aislado crece a sus anchas, conforma una copa extensa, que da una sombra poca densa sin embargo. La corteza es grisácea, presentando ramificaciones en ocasiones desde la base en ejemplares agrupados, lo que origina un sotobosque denso.Las yemas son pequeñas, 3-5 mm. Las hojas son marcescentes, muy variables en tamaño y forma, obovadas o elípticas generalmente, margen dentado o lobulado incluso. Presentan un tomento al nacer pero desaparece rápidamente aunque lo conservan en el envés de la hoja. En Álava se sitúa en los cerros, en las laderas de los montes, allá donde aún a los hayas les resulta imposible sobrevivir por la ausencia de nieblas pero también donde el roble albar, más exigente en cuánto a humedad edáfica, no encuentra la suficiente, alojándose éste en las cunetas y zonas encharcables de la llanada central, es decir lugares como Olárizu, Aberásturi, Lubiano, Gobeo.
El gacico prefiere entonces los suelos calizos, con cierta sequía estival,aunque prefiere lluvias constantes a lo largo de todo el período anual.
Un roble noble.