miércoles, 6 de noviembre de 2013

Una crónica de la esperanza

Los cerros de Esquibel y Gomecha 
(Este texto es un esbozo aproximativo a la vegetación de la llanada alavesa. Lo escribí reuniendo unos pocos conocimientos, más o menos acertados, pero sinceros y sin ínfulas de alguna clase. Nada más lejos que acercar, en la medida de lo posible, los árboles a las personas porque son una metáfora de nosotros mismos. Viéndolos, admirándolos, se establecen una serie de lazos inexplicables. Existe un lenguaje hecho de signos, sí, pero que trasciende su significado más allá de lo meramente simbólico. La ciencia podrá buscar explicaciones y respuestas a tantos enigmas aún por desentrañar pero temo que no podrá explicar ni reducir a una mera fórmula matemática, la relación,si es que es eso lo que se establece,entre los hombres y los árboles. En todo caso es una crónica de una esperanza. Y viene a apoyar una visita que realicé junto con un grupo de mayores jubilosos y deseosos de aprender, y de vivir.)


Los antecedentes del parque de Armentia se remontan allá por el año de 1974 cuando la Diputación Foral de Álava realizó las primeras repoblaciones forestales con especies exóticas provenientes, en su mayoría, de Norteamérica. Tuvieron un doble objetivo; por un lado ensayar diferentes especies aún no empleadas en otras explotaciones forestales de la provincia y por otro, la creación de un parque botánico. Cabe de paso, sugerir un paseo por este espacio ubicado en la finca Las Ruines, junto al arroyo de Requera, en uno de los extremos del parque. La variedad de especies y la alternancia de frondosas y coníferas exóticas realza su valor paisajístico fácilmente observable en el otoño desde el cerro de Esquibel.
Posteriormente, ya en 1997, la Diputación firma un convenio con el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz para su gestión. Y un año más tarde, es declarado parque del anillo verde. Consta de 165 hectáreas y compite por su extensión con el parque de Salburua, aunque no le alcanza.
El quejigal de Armentia desde el cerro de Esquibel, en el otoño de 2013
Debemos recordar que la llanada de Álava se sitúa en esa banda climática intermedia entre el clima oceánico y el clima mediterráneo; dos mundos opuestos pero que se dan la mano en nuestra provincia. Esta especial situación es aprovechada para el asentamiento del roble quejigo (Quercus faginea), protagonista no solo del robledal de Armentia sino de otros robledales ubicados en las laderas y cerros de nuestra provincia. Recordemos los quejigales de Cerio, de Araca, de Ariñez, de Júndiz… Una cualidad relevante de este árbol es que sus ramas mantienen las hojas secas durante todo el invierno y no las tiran hasta la primavera siguiente. Quizá por una cuestión de economía, quizá por servir de protección y escudo a las yemas venideras. El roble quejigo se asienta en las laderas medias de los montes; rehúye de las nieblas pertinaces, casi constantes, de las altitudes más altas, reino de los hayas. Por otro lado, este roble escapa también a los niveles inferiores, es decir, a los llanos, donde los suelos son más arcillosos y susceptibles de encharcamientos. Es entonces cuando otro roble, el roble albar (Quercus robur) acomete la oportunidad  y se instala feliz. No renuncia sin embargo tampoco a nuestro clima submediterráneo porque a las condiciones del suelo antes enunciadas, arcillosos y ricos en nutrientes minerales, se le unen las nieblas tan típicas de las jornadas anticiclónicas que suplen o atenúan la sequedad estival. Robles albares podemos observar en la dehesa de Olárizu donde aún se mantienen restos de los robledales que ocuparon gran parte de la llanada. Son lo que se denomina bosques-isla y que en cierta manera lo es también el bosque de Armentia.
En resumen tenemos los tres pisos de vegetación que corresponden a cada una de las especies ya repasadas.
En las alturas, el hayedo. Inmediatamente después el quejigal. Y por último, en los fondos de cubeta de la llanada, el robledal de roble albar.
Hoy en día, la situación ha cambiado bastante. Los nuevos usos del suelo han demolido casi en su totalidad la vegetación y no es ni de asomo la que fuera hace décadas atrás. La vegetación es dinámica y cambiante y se adapta a las nuevas circunstancias.
Pero la especial ubicación del quejigal, a media ladera, le ha salvado en parte de los estragos del tiempo, y del hombre. No solo ha escapado de la construcción de las múltiples infraestructuras humanas (autovías, aeropuerto de Foronda, las nuevos barrios de Zabalgana y Salburua…). Su capacidad para rebrotar de cepa debido a su peculiar sistema radicular, somero y cercano al suelo, le permitió emitir renuevos  y así pudo resistir mejor los embates de la modernidad. Sin embargo sucumbió inexorablemente a los incendios tan devastadores, al pastoreo intensivo y a la talas diezmadoras que arruinaron en parte los quejigales. Tanto es así que en muchos pueblos el quejigo era conocido como “chaparro” o “roble ruin”. Hoy, gracias a un conocimiento creciente y a la creación de reservas naturales como el parque de Armentia, podemos visibilizar  una de las muestras de lo que en origen fueron estos bosques de las laderas de nuestra Álava.

(Estos son los beneficios del bosque de Armentia. Interviene en la regulación del ciclo del agua reduciendo las escorrentías porque aumenta la infiltración del agua en el suelo. También atemperan la temperatura ambiental. Se calcula que en el interior del quejigal la temperatura es 5ºC inferior en el verano. Y por último mejora la calidad del aire que respiramos.
Cuidemos estos valores naturales pero también estos testimonios culturales  escritos en los árboles)












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