domingo, 17 de noviembre de 2013

La redención de los locos

La profusión en el empleo de especies ornamentales de árboles procedentes de lugares y climas diversos, prácticamente de todos los lugares del planeta decoran aún más si cabe el otoño.Son el resultado de los gustos y preferencias botánicas de los propietarios de estas ciudades jardín, en cuyas parcelas se adivinan montones de plantas diferentes de texturas variadas y desiguales. Interpreto en esta fotografía el producto de la cultura contemporánea de ciertos estratos sociales, apegados en muchos casos a las modas o corrientes preponderantes. Ahora es el turno de lo exclusivo, de la apetencia por la exclusividad también en el empleo de especies exóticas.Todo ello desentraña un paisaje multicolor y casi paranoide. En contraste, las adustas coníferas—cedro y abeto— plantadas mucho tiempo atrás por sus dimensiones tremendas ofrecen el contrapunto junto con el cielo gris del otoño invernizo.
Atrás quedaron los morales que asomarían por encima de los tapiales conventuales o los tilos de los manicomios por su presunta acción sedante sobre los residentes, o los magnolios de los jardines de los indianos. También en la sociedad decimonónica del XIX este paroxismo en la plantación de especies de otras latitudes también se debiera a una presuntuosa intencionalidad diferenciadora por parte de las clases altas. 
Eran especies de plantas importadas muchas de ellas desde Holanda e Inglaterra. El afán comercializador de los holandeses y la posesión de sus colonias repartidas por el Pacífico alentaron la importación de plantas desde aquellas latitudes hasta la vieja Europa.También, durante el siglo de la Ilustración, la Sociedad Bascongada fue partícipe en más de una ocasión de la traída de plantas desde la isla de Cuba para su posterior plantación en algunos lugares de la península. Causarían pues, sorpresa y admiración, también en Vitoria. Nada ha cambiado, o apenas. 
La adustez de las coníferas ofrecen el contrapunto 
Más tarde, ya en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado se derribarían los muros, se derrocarían las antiguas tapias que delimitarían mundos diferentes; el castrense y el civil, el religioso y el secular, el muro estamental que dilucidaba una clase social de la subsiguiente. Esta aparente demolición democratizadora, de igualación social, era eso, aparente. A la vista quedaron entonces las hortelanías y huertas, en algunos casos reconvertidas en patios patibularios — de ese otro gran patíbulo que fue la guerra civil— como lo fue el huerto trasero del Convento de los Carmelitas Descalzos, iglesia del Carmen.
Pero al otro lado de los muros se desarrollaría otro régimen de vida en torno a unas normas específicas,rígidas, tal y como fuera la sociedad apenas cuarenta años atrás. Yo imagino, cuando paseo por los antiguos jardines del antiguo hospicio de Nuestra Señora de Las Nieves, ese mundo sórdido, silencioso, inmutable por el paso de las décadas, al margen del mundo y de la ciudad soñolienta. Los árboles, muchos de ellos frutales, marcarían cada estación, único vínculo con la vida —la Naturaleza— para los alienados, enfermos y locos de entonces y quizás, con la esperanza de lo venidero y de lo redentor futurible. La profusa floración de los frutales atestiguaría la llamada cálida de la primavera, todavía fría en Vitoria, y la lógica secuenciadora de las estaciones, primavera, vera, otoño, invierno,en mitad de la incomprensibilidad de los otros,de los de este lado del muro.
"La caridad" es una vidriera instalada a modo de lucernario en el vestíbulo del actual aulario de Las Nieves construida en los talleres bordeleses de G.P Dagrant


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