(Viendo sus copas inclinarse a la luz, abrazar sus hojas las gotas de lluvia, agitarse sus ramas violentas con el viento iracundo, abrazar sus raíces la tierra que los sujeta, estremecidos todos ellos por la constelación de Orión en el cielo de octubre)
Aquella tarde de la primavera parecía escuchar el latido de los árboles, el flujo de su savia, el intercambio de agua, de luz y de nutrientes que tenían lugar en cada una de sus hojas. El Sol, el aire,el cielo lleno de luz combinaban sus alegres estados de ánimos con la gravedad y seriedad que demuestran siempre los árboles. La quietud y el inmovilismo aparente de sus raíces siempre hincadas en el mismo lugar como los hombres que nacen en un lugar determinado y se resignan a abandonarla porque solo acertarían a vivir y desplegar su existencia en base a unas coordenadas específicas que sus ojos ven e interpretan como únicas e inamovibles.Porque los árboles son como la Historia, ese sedimento de acontecimientos y realidades que vamos entretejiendo los humanos en los senderos de nuestro Destino como civilización. Ambos, árboles e Historia son siempre los mismos porque a golpe de vista somos incapaces de detectar o sospechar un mínimo de movimiento en ellos. La Historia la vemos siempre congelada en las páginas de los libros al igual que los árboles los vemos quietos y mudos en el paisaje.Ocurre lo mismo con nuestras vidas. Solo al final de nuestra vida, si tenemos la oportunidad, parece que nos es legítimo realizar un balance de nuestro caminar por la vida. El paso de los años nos facilita una perspectiva capaz de analizar, visualizar, valorar lo que llegamos a ser.Parece entonces que toda nuestra vida toma un realismo inaudito y los protagonistas, metidos en sus papeles, desempeñan sus roles con actitudes desiguales. La relación de unos con los otros impelidos por las circunstancias de cada momento tejieron la trama, la urdimbre de nuestra vida.Así también los árboles más o menos. Percibimos tan solo una "instántanea" o una imagen congelada de lo que son y por ello, muy inexacta e imparcial. Y dado que son seres muy longevos, más aún. El paso del tiempo y de los años va dilatando el aspecto o la forma de los árboles configurándose su fisonomía siempre a espaldas de nuestros torpes sentidos, miopes sentidos incapaces de visualizar los cambios acontecidos.Y es precisamente el paso del tiempo que nos ofrece una perspectiva o una atalaya desde la que podamos detenernos a observar, a procesar mentalmente los cambios, las transformaciones.Si fuéramos capaces de observar el desarrollo de una flor, de una hoja,de un fruto al igual que viéramos crecer una arruga en nuestra piel...
Sólo desde nuestra asunción de nuestras incapacidades podemos ser capaces de penetrar en el alma de los árboles. Para entenderlos, para saber quiénes son, de quiénes se trata, nos exigen que hablemos su mismo lenguaje: un lenguaje de humildad partiendo de la asunción y reconocimiento de nuestros propios límites e incapacidades, de nuestras imperfecciones como seres humanos, de nuestras torpezas. Los árboles son la gran metáfora de nosotros mismos. Y son un reflejo de lo que somos o de lo que debemos ser. Tienen un poder de restablecimiento de los valores, son re-habilitadores espirituales,recomponen nuestro paisaje o geografía espiritual a través de ese diálogo que se establece, de ese entendimiento mutuo nacido de la comunicación compartida por ese mismo lenguaje que nos propusimos establecer. Esta relación nos vincula de alguna manera con la Naturaleza y necesariamente, con nosotros mismos porque venimos de ella y daremos con los huesos en ella (Calderón de la Barca dixit).De todo ello son capaces los árboles.
Conozcámoslos, amémoslos, abracémoslos,cuidémoslos...
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