Había amanecido ya en la Montaña alavesa. Acaso nuestra estrella brillara un día más, nos acompañara en nuestra exigua existencia procurándola, dándola nuevos motivos para los acometimientos diarios a modo de lances; letales y despiadados unos, felices y vivificantes los demás. Salimos del pueblecito de Loza, una aldea situada a escasa distancia de los pueblos de Peñacerrada, de Payueta, de Pipaón. Son pueblos rústicos, con casas de labranza repartidas por el caserío entre las que no faltan casonas hidalgas, con su blasón sobre el dintel que cerca los portentosos portones remachados con decorosos clavijones y tras cuyos anchos portones se adivina un zaguán recubierto de guijos o de anchas losas quizá. El hidalgo quizá ya no esté morando en la casa. O tal vez si. Elevamos la vista y tras una ventana que permanece muda y silenciosa, un rostro ya lívido y un poco pálido, de ojos entristecidos, vestido de negro, traje con capa o herreruelo, guarnecido de dorados encajes asoma también con la vista en los siglos que ya pasaron. Al pronto abre y nos dice,
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Cuántos secretos acallados por el paso del tiempo |
—¡Quién vive!...¡Marchaos o llamo al criado para que eche a los perros... !
Pero no, eso es imposible. A mi mente acuden figuras inusitadas, planteamientos imaginarios que escenifican cuadros alentados por una imaginación veleidosa. Acuciada por resucitar otra época, conspira, juega al despiste, troca sus fantasías en realidades que roba a la razón para convertirlas en sucedáneos extemporáneos de la realidad. Lo que es seguro es que los descendientes de este hidalgo imaginario, mayorazgo a buen seguro, vivan en una portentosa casa en la capital madrileña, como lo es en más de un caso. Sin ir más lejos, en el pueblo de Peñacerrada aún se mantiene la casa que llaman de "los Sarmiento" y que perteneció después a los duques de Híjar, linaje que aún perdura.Sobre el caserío dominan las torres de las iglesias. En el caso de Loza, la iglesia se sitúa en un promontorio o cerro y recibe el nombre de San Esteban. Guarda un retablo barroco en su interior que yo no pude apreciar y que según leo en el título de Micaela Portilla "Casas y torres fuertes de Álava" fue construido en el siglo XVIII. El entorno, como dijo Pío Baroja cuando visitó estos parajes, es "duro y frío" y la vegetación consta de hayedos en las laderas anejas a la sierra de Cantabria y de robledales de rebollo en las zonas más bajas. Los pinares son también frecuentísimos y notabilísimos. Al poco de recorrer el término que llaman de "Las roturas" el paisaje me sobrecogió. Densas formaciones de pinos salpicados de hayas conjugaban maravillosamente. Los ramillos de los hayas, sin hojas, eran empujados por el viento, mostrando un bellísimo color púrpura. Los pinos autóctonos Pino silvestre (P.sylvestris), se convertían al otro costado del sendero en un exótico pinar de Abeto de Douglas (Pseudotsuga menziessi). Recreaban pues ambientes diferentes de regiones distantes. A lo que es difícil abstraerse es al olor de la resina que el viento esparce por estos bosques y al rumor producido por el deslizamiento del aire por entre las acículas de estas pináceas. Comenzamos a descender después hacia el barranco que llaman de la "Mina" por haber sido excavadas allí galerías en la roca para la obtención de mineral destinado a la producción de asfaltos y a no sé qué otros destinos o aplicaciones. Una vez allí recibimos al hayedo con agradecimiento y él con un saludo umbroso, imperfecto, dado que en su desnudez permitía, aunque tímidamente, que el Sol acariciara la hojarasca que lo cubría. En el paraje del "Jabalí" surcado por la senda por la que caminábamos, los bojes se agolpaban en los estratos inferiores del bosque creando un cortejo reverencial, adornando los pies de los hayas, creando una línea defensiva que a su vez, serviría a numerosos animales para encontrar el abrigo y el cobijo necesarios. El río Inglares puso su nota aunque leve y casi inaudible; el agua que la sierra de Cantabria le hubo regalado le habían dado los arrestos suficientes para afrontar su viajata y bajaba por el barranco resucitante tras el estiaje.
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El paisaje habla, suscita, inspira, evoca, entronca con nuestros afanes más recónditos... |
Salimos a un praderío tras abandonar el hayedo y al pronto dimos con las construcciones ruinosas de la antigua mina, silenciosas, mudas, por cuyas resquebrajaduras crujían aún los ejes de las vagonetas cargadas con el mineral arrancado con las manos, quién sabe, si de los propios mineros. ¡Qué vidas tan atravesadas por el puñal de la necesidad acuciante, por la urgencia apremiante del vivir!
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La vegetación cubre pudorosa la ruina del pasado |
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Fustes estilizados de Abetos de Douglas |
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En la fuente abrevadero de Loza |
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Hojas aciculares,cortas y agrupadas en parejas, de Pino silvestre. |
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