Comenzar a
escribir unas breves reflexiones, reflexiones de tipo literario, acerca de los
libros que leo, es una labor que yo la asocio a los críticos, a los hombres
sesudos muchos, hombres indagadores, que libran una batalla diaria con los archivos oscurecidos aún por la escasa luz del olvido.
Mis aficiones literarias no propenden más que al libre antojo de quién se propone pasar un rato agradable con los libros y las lecturas, libres de la profesionalidad de quién se dedica por entero a esos quehaceres. Las mías son eso, aficiones algo
arbitrarias y antojadizas. Escasamente logro mantener una cierta lógica en mis
lecturas aunque, a ojos vista, repasando someramente los títulos escasos que
pueblan mi biblioteca, existe un común denominador a todas ellos, es
decir; existe en ellas una cierta equidistancia con aquello que llamamos
Naturaleza y también, cómo no, con la historia de mi país. El escenario o la vía por la que transcurren muchas
historias escritas flotan en un ambiente naturalístico: la naturaleza es el
escenario, el lejos incondicional, ubicuo,
donde viven y representan los
personajes. Y la Historia con mayúsculas entendida como el "tempo", el
"accidente" que promueve el músculo del personaje y diseña sus modos
de pensar y argumentar como individuos que son de su propio ámbito social. Son pues, naturaleza y sociedad, dos accidentes, dos
relieves insalvables en la vastedad e inabarcabilidad del horizonte literario
español.
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